miércoles, 31 de marzo de 2010

La dulce cotidianeidad

Como cada mañana abrió la ventana de par en par, y puso los postigos de madera bien atrás para que toda la luz entrara a raudales a su cuarto. La primavera había llegado y el olor a azahar se apropiaba de todos sus espacios, eso la tenía de buen humor y las naranjas y los limones cada día le parecían unas frutas más imprescindibles. Desde hace unas semanas además su habitual paseo de la mañana ya no era un sacrificio en aras de la salud, sino un dulce recreo a sus sentidos, tanto así que ya no veía la hora cada tres pasos, como le era habitual, ni seguía el mismo planificado recorrido, sino que se extendía interesada por las transformaciones de los cerezos en flor, o por la forma particular de mezclarse la luz entre el follaje; incluso hoy se atrevió a explorar al interior de un matorral, hogar de pequeñas codornices silvestres, que sorprendidas corrieron despavoridas a otra guarida, causándole gran diversión.
Siempre había odiado esa tendencia colectiva de apego a la primavera, para ella no había estación más agradable que el otoño, pero esta vez había algo particularmente seductor en el ambiente. Mientras caminaba llegó a sospechar de sí misma al verse tan florecida como los parques, planteándose de hecho, si aquella alegría y entusiasmo eran realmente normales, si no estaría en un estado de euforia ficticia luego de la cual vendría una profunda depresión, se preocupó, sin embargo, decidió que lo mejor era apurar el paso para llegar pronto a la panadería y no perderse el pan caliente con frutos secos que tanto le gustaba y que ya empezaba a saborear.

No amarás

Mientras él la poseía, sus párpados se iban apretando como ostras, y sus sienes cabalgaban de latidos azuzándola entre espasmos y chillidos de cría asustada. Sus senos crecidos no eran suyos, erguidos como sierras que escapaban a su natural llanura de pasividad. Nada podía ver en su noche poblada de imágenes que venían sobre ella para acrecentar el placer que no lograba dominar, que no podía contener. “No amarás” Oía dentro de sí, “serás solo agua de río”. Así sería cada vez, dominada por el peso de su eterna levedad.

martes, 30 de marzo de 2010

La amarga levedad del ser

Mientras Tomás disfrutaba de la dulce levedad del ser, decidió que por el momento no iba a regresar a Praga. Amaba a Teresa, sí, y sabía que la seguiría amando, que sería el gran amor de su vida, pero no deseaba renunciar a su libertad en Zúrich. Pasaron algunos días hasta que llamó a Sabina. Hizo varios intentos más, pero en vano logró comunicarse con ella. Entonces pensó darse una vuelta por Ginebra. Sabina le había dejado escrita su dirección en un trozo de papel. Tras tocar varias veces el timbre, su mirada, perpleja, alternaba entre la puerta que tenía delante y el trozo de papel que contenía la dirección donde ahora se encontraba. Se dirigió al bar que quedaba enfrente. Se sentó en una mesa pegada a una de las ventanas que daba a la calle y pidió un té. En la mesa que tenía al lado observó como un hombre clavaba su mirada en la puerta de Sabina. Se dirigió hacia él y le preguntó:
-Disculpe, ¿conoce usted a una mujer llamada Sabina, que vive ahí enfrente?
-Sí, usted… ¿cómo lo supo? - Respondió aturdido el hombre.
-Mi nombre es Tomás y vengo desde Zúrich a visitar a Sabina.
-Yo me llamo Franz. ¿Ha sabido usted algo de Sabina?
-No, he tratado de comunicarme con ella pero no lo he logrado.
Conversaron por un buen rato y se despidieron. Franz empezó a paladear la amarga levedad del ser después que Tomás le hablara sobre Sabina.

lunes, 29 de marzo de 2010

A tres pies sobre el suelo.

La luz clara, la bella estampa, cortinas blancas en la brisa de la madrugada.
Huelo la noche sentado en la cama, el alma se agita, se siente encerrada.
Desdichada carne que nace muriendo, maldito cuerpo, que en la cuna se va pudriendo.
Y que fácil hacerse viento, escapar volando libre de peso, derramar los humores que nos mantienen preso.
Resbalar el filo hasta tocar el hueso y ya está hecho.
Ay! pobre de mi, me cegó lo eterno.
No hay vuelo, no hay consuelo, solo encuentro la triste miseria del vagabundo inquieto que buscando la gloria,
pena y desespera levitando a tres pies sobre el suelo.

jueves, 25 de marzo de 2010

La levedad y el peso

Justo hoy, cuando mi conciencia de un mundo funesto me permite apenas respirar, y salgo a la calle movido sólo por necesidades vitales, me encuentro de pronto con ella, que viene flotando con aquella sonrisa de buenos presagios y mirada de durazno en flor. Y aunque me tropiezo y casi caigo sumergido en su pelo rojo siniestro que en algún momento robó mi lucidez, alcanzo ágilmente a sumergirme en las revistas del quiosco de la esquina, convertido momentáneamente en la fortaleza que defiende mi honor de esa dulce afrenta. ¡No bajaré las armas! ¡No podrás conmigo!, me digo en silencio, mientras ella- perfumada y etérea- pasa por mi lado fingiendo que no me ve, humillándome por no haber sucumbido a nuestro destino.

martes, 23 de marzo de 2010

Soneto Laxativo

De vez en cuando, y a modo de ejercicio
combato la congoja al folio en blanco.
Sentado, nada fluye. Me levanto
y mis pasos conducen al servicio.

Ansío la inspiración mientras devano
mis sesos, mas también los intestinos.
¿Musas en el retrete? ¡Desatino!
Otra vez, tanto esfuerzo ha sido en vano.

Estreñido de vientre y de meninges
deambulo con la duda por mi cuarto:
-¿Debe el poeta cruzar aquella linde
que separa el buen gusto de lo guarro?-

-¡Hete aquí la respuesta!-. Yo me dije
(Y el mismo vientre irrumpe en un aplauso)

domingo, 21 de marzo de 2010

Desengaños

Conocerse no fue una casualidad. Vivían cerca, fueron juntos al colegio, sus padres eran amigos desde siempre. Ambos eran guapos e inteligentes y tenían un brillante futuro por delante. Daniel estudió medicina como su padre y tras terminar la carrera y realizar las consabidas prácticas, logró obtener un meritorio puesto en el pabellón de oncología del principal hospital de su ciudad, junto a su progenitor. Al principio todos consideraron natural que comenzaran a salir y a nadie extrañó cuando unos años después anunciaron su boda. Era lo lógico… Por eso nunca pudieron comprender aquella escueta nota encontrada en la silla, bajo sus pies:

- Lo siento, no podía soportar que todo fuera tan previsible….


***

Fernando, siempre había vivido al día. Le gustaban las novedades y era rara la ocasión que no tenía alguna buena anécdota que contar a sus amigos. Todo aquello le hacía disfrutar cada vez más de la vida. Un día la vio y se enamoró, como le había ocurrido tantas veces con otras mujeres. Normalmente era un pequeño detalle el que hacía que se fijara en ellas. Un delicado gesto al tocarse el pelo, una sonrisa discreta mientras pensaba en algo, el brillo de sus ojos en un momento determinado… En esta ocasión no supo qué es lo que fue, pero igualmente decidió seguirla hasta encontrar la oportunidad de entablar alguna conversación con ella. A los pocos minutos se paró frente a un kiosco para comprar tabaco, momento que aprovechó para pedirle fuego. Le dio el mechero casi sin mirarle, y continuó su camino. A pesar de sus esfuerzos en los días siguientes no consiguió nada de ella. Lo intentó de mil formas posibles, pero no hubo manera. No estaba casada, ni tenía novio ni novia, una vida normal y nada que objetarle. Simplemente él no le interesaba. Su obsesión por ella llegó a tal extremo, que unos momentos antes de saltar del puente, gritó:

- Tan sólo quería una vida normal

sábado, 20 de marzo de 2010

El lado bueno de la levedad

- ... bueno, si estoy callada es porque no sé cómo decirte que en estos días que has estado fuera he estado pensando. Quiero estar sola.
- Tía, de verdad, estás fatal, no puedo creer que otra vez me vengas con lo mismo...

En aquel momento saltó el Play en mi cabeza y empezó a sonar aquella estridente canción.

(hacer clic sobre el link con el botón derecho y "abrir enlace en una pestaña nueva" y tras un minuto de escucha seguir leyendo con la música de fondo)
http://www.youtube.com/watch?v=s0RT8KoqMVw

Él continuaba con su argumento sobre lo erróneo de aquella decisión y lo irrespetuoso de no querer hablarlo en persona, pero yo ya no podía oirle, el volumen de la música y sus alaridos no me dejaban escucharle.
Poco después unos pitidos me espabilaron, había colgado. Entonces pensé que tenía toda la razón, estaba fatal, me estaba saltando las reglas del mundo adulto. Pero una especie de sonrisa reflejada en la vitrina del salón me recordó la inconmesurable alegría que me proporcionaba la levedad de mi ser.

miércoles, 17 de marzo de 2010

La complicada historia de lo simple

Ahora no se le ve mucha relación con el libro que estamos leyendo, pero de verdad que se me ocurrió a raíz de su lectura. Meditaba sobre la idea de que a veces somos nosotros los que nos complicamos la vida dándole al tarro...


En su mirada solía haber un halo de tristeza. Como cuando los ojos de alguien brillan repentinamente y decimos “un destello de felicidad iluminó su mirada”, pero en su caso siempre era de tristeza. A veces esta luz permanecía largo rato, otras veces aparecía súbitamente y se marchaba de la misma forma. A veces, surgía tras una tímida sonrisa, como para frenar la promesa de un momento de alegría. Él se preguntaba qué podía haberla entristecido tanto y hablaba con ella intentando averiguarlo. Pero hablaron tanto que ya no quiso dejarla marchar. Se juró a si mismo que borraría de su alma todos los malos recuerdos para sustituirlos por otros alegres, que fuera cual fuera su pena, acabaría desterrándola de su rostro. Ella se quedó con él, aseguraba que era feliz, pero el destello de tristeza no había desaparecido. Incluso se podría decir que ahora se manifestaba más a menudo. Un día al despertar, sus ojos no podían ver. Se asustaron mucho y él la llevó rápidamente al hospital. Allí estuvo varios días hasta que le quitaron las vendas. -Si todo ha salido bien, debería volver a ver sin problemas- dijo el médico. Le quitaron las vendas y ella dio un grito de júbilo, veía perfectamente. Ahora él la miraba fijamente cuando hablaba, el halo de tristeza se había desvanecido, en su lugar había quedado una peculiar bizquera. En unos días su melancólica enamorada había sido sustituida por una chica que parecía haberse tomado un par de copas de más. Suerte que este nuevo destello era más esporádico que el anterior.

martes, 16 de marzo de 2010

tsunami

Al igual que los demás, cuando sonó la alarma Ana se levantó de un brinco de la cama. Sobresaltada se percató que el piqueteo insistente del mar, que marcaba los ciclos del pueblo, había sido reemplazado por un silencio agudo en el cual sólo se escuchaba el clic clac a destiempo del reloj antiguo del salón. Ella sabía lo que significaba, pero no alcanzó a reaccionar; cuando se recuperó horas más tarde, sofocada por el sol y el lodo, su mirada contempló enmudecida el campanario torcido de la Iglesia, cuyo resplandor de metal iluminaba como el primer acto de una funesta obra miles de cuerpos y casas desgajados a lo largo de la playa.

viernes, 5 de marzo de 2010

Lluvia

Sospecho que tengo goteras. Debe haberse inundado mi cerebro, mi almohada siempre amanece mojada.