miércoles, 31 de marzo de 2010
La dulce cotidianeidad
Siempre había odiado esa tendencia colectiva de apego a la primavera, para ella no había estación más agradable que el otoño, pero esta vez había algo particularmente seductor en el ambiente. Mientras caminaba llegó a sospechar de sí misma al verse tan florecida como los parques, planteándose de hecho, si aquella alegría y entusiasmo eran realmente normales, si no estaría en un estado de euforia ficticia luego de la cual vendría una profunda depresión, se preocupó, sin embargo, decidió que lo mejor era apurar el paso para llegar pronto a la panadería y no perderse el pan caliente con frutos secos que tanto le gustaba y que ya empezaba a saborear.
No amarás
martes, 30 de marzo de 2010
La amarga levedad del ser
-Disculpe, ¿conoce usted a una mujer llamada Sabina, que vive ahí enfrente?
-Sí, usted… ¿cómo lo supo? - Respondió aturdido el hombre.
-Mi nombre es Tomás y vengo desde Zúrich a visitar a Sabina.
-Yo me llamo Franz. ¿Ha sabido usted algo de Sabina?
-No, he tratado de comunicarme con ella pero no lo he logrado.
Conversaron por un buen rato y se despidieron. Franz empezó a paladear la amarga levedad del ser después que Tomás le hablara sobre Sabina.
lunes, 29 de marzo de 2010
A tres pies sobre el suelo.
jueves, 25 de marzo de 2010
La levedad y el peso
martes, 23 de marzo de 2010
Soneto Laxativo
De vez en cuando, y a modo de ejercicio
combato la congoja al folio en blanco.
Sentado, nada fluye. Me levanto
y mis pasos conducen al servicio.
Ansío la inspiración mientras devano
mis sesos, mas también los intestinos.
¿Musas en el retrete? ¡Desatino!
Otra vez, tanto esfuerzo ha sido en vano.
Estreñido de vientre y de meninges
deambulo con la duda por mi cuarto:
-¿Debe el poeta cruzar aquella linde
que separa el buen gusto de lo guarro?-
-¡Hete aquí la respuesta!-. Yo me dije
(Y el mismo vientre irrumpe en un aplauso)
domingo, 21 de marzo de 2010
Desengaños
- Lo siento, no podía soportar que todo fuera tan previsible….
***
Fernando, siempre había vivido al día. Le gustaban las novedades y era rara la ocasión que no tenía alguna buena anécdota que contar a sus amigos. Todo aquello le hacía disfrutar cada vez más de la vida. Un día la vio y se enamoró, como le había ocurrido tantas veces con otras mujeres. Normalmente era un pequeño detalle el que hacía que se fijara en ellas. Un delicado gesto al tocarse el pelo, una sonrisa discreta mientras pensaba en algo, el brillo de sus ojos en un momento determinado… En esta ocasión no supo qué es lo que fue, pero igualmente decidió seguirla hasta encontrar la oportunidad de entablar alguna conversación con ella. A los pocos minutos se paró frente a un kiosco para comprar tabaco, momento que aprovechó para pedirle fuego. Le dio el mechero casi sin mirarle, y continuó su camino. A pesar de sus esfuerzos en los días siguientes no consiguió nada de ella. Lo intentó de mil formas posibles, pero no hubo manera. No estaba casada, ni tenía novio ni novia, una vida normal y nada que objetarle. Simplemente él no le interesaba. Su obsesión por ella llegó a tal extremo, que unos momentos antes de saltar del puente, gritó:
- Tan sólo quería una vida normal
sábado, 20 de marzo de 2010
El lado bueno de la levedad
- Tía, de verdad, estás fatal, no puedo creer que otra vez me vengas con lo mismo...
En aquel momento saltó el Play en mi cabeza y empezó a sonar aquella estridente canción.
(hacer clic sobre el link con el botón derecho y "abrir enlace en una pestaña nueva" y tras un minuto de escucha seguir leyendo con la música de fondo)
http://www.youtube.com/watch?v=s0RT8KoqMVw
Él continuaba con su argumento sobre lo erróneo de aquella decisión y lo irrespetuoso de no querer hablarlo en persona, pero yo ya no podía oirle, el volumen de la música y sus alaridos no me dejaban escucharle.
Poco después unos pitidos me espabilaron, había colgado. Entonces pensé que tenía toda la razón, estaba fatal, me estaba saltando las reglas del mundo adulto. Pero una especie de sonrisa reflejada en la vitrina del salón me recordó la inconmesurable alegría que me proporcionaba la levedad de mi ser.
miércoles, 17 de marzo de 2010
La complicada historia de lo simple
Ahora no se le ve mucha relación con el libro que estamos leyendo, pero de verdad que se me ocurrió a raíz de su lectura. Meditaba sobre la idea de que a veces somos nosotros los que nos complicamos la vida dándole al tarro...
En su mirada solía haber un halo de tristeza. Como cuando los ojos de alguien brillan repentinamente y decimos “un destello de felicidad iluminó su mirada”, pero en su caso siempre era de tristeza. A veces esta luz permanecía largo rato, otras veces aparecía súbitamente y se marchaba de la misma forma. A veces, surgía tras una tímida sonrisa, como para frenar la promesa de un momento de alegría. Él se preguntaba qué podía haberla entristecido tanto y hablaba con ella intentando averiguarlo. Pero hablaron tanto que ya no quiso dejarla marchar. Se juró a si mismo que borraría de su alma todos los malos recuerdos para sustituirlos por otros alegres, que fuera cual fuera su pena, acabaría desterrándola de su rostro. Ella se quedó con él, aseguraba que era feliz, pero el destello de tristeza no había desaparecido. Incluso se podría decir que ahora se manifestaba más a menudo. Un día al despertar, sus ojos no podían ver. Se asustaron mucho y él la llevó rápidamente al hospital. Allí estuvo varios días hasta que le quitaron las vendas. -Si todo ha salido bien, debería volver a ver sin problemas- dijo el médico. Le quitaron las vendas y ella dio un grito de júbilo, veía perfectamente. Ahora él la miraba fijamente cuando hablaba, el halo de tristeza se había desvanecido, en su lugar había quedado una peculiar bizquera. En unos días su melancólica enamorada había sido sustituida por una chica que parecía haberse tomado un par de copas de más. Suerte que este nuevo destello era más esporádico que el anterior.