Andaba en sus felices pensamientos cuando recordó que llevaba tabaco encima. No fumaba a menudo, solo en reuniones agradables y en momentos especiales. Y qué duda cabe que se encontraba inmerso en un instante especial. Le pareció el súmmum de la libertad poder encender un cigarro en ese momento inesperado y disfrutarlo tranquilamente. Era increíble. Nadie podía impedírselo, solo tenía que sacar el paquete de la mochila, extraer el cigarro y ponérselo en los labios. Y acto seguido la maravillosa primera calada…
Obdulio llevó a la acción sus pensamientos. Sacó el paquete de la mochila, extrajo el cigarro, se lo puso en los labios. Pero cuando fue a encenderlo se dio cuenta de que no estaba. De su boca pendía la boquilla, pero nada del resto. Sorprendido buscó en el paquete, pero no encontró nada. Miró por el suelo, pero nada de nada. Con los ojos muy abiertos y la cabeza gacha guardó el tabaco y siguió su camino, menos alegre ahora. Por lo visto no somos tan libres…