jueves, 10 de noviembre de 2011

Libertad condicionada

“Ah, este ya es el sonido de la primavera…”. Obdulio Melón iba caminando al trabajo. Le gustaba pasear y el buen tiempo le había animado a hacerlo de buena mañana. Y es que Obdulio Melón estaba ese día exultante. No era para menos. Hacía un sol radiante, la temperatura empezaba a ser más cálida y la tierra renacía bajo sus pies. Con paso decidido y alegre se dirigía a su destino. “No cabe duda de que soy un tipo con suerte”, iba pensando. “Estoy en la flor de la vida, tengo salud, gente que me quiere… Ahora voy a trabajar y haciendo algo que me encanta, y encima con buenos compañeros. Y por si fuera poco este día tan extrordinario…”.


Andaba en sus felices pensamientos cuando recordó que llevaba tabaco encima. No fumaba a menudo, solo en reuniones agradables y en momentos especiales. Y qué duda cabe que se encontraba inmerso en un instante especial. Le pareció el súmmum de la libertad poder encender un cigarro en ese momento inesperado y disfrutarlo tranquilamente. Era increíble. Nadie podía impedírselo, solo tenía que sacar el paquete de la mochila, extraer el cigarro y ponérselo en los labios. Y acto seguido la maravillosa primera calada…


Obdulio llevó a la acción sus pensamientos. Sacó el paquete de la mochila, extrajo el cigarro, se lo puso en los labios. Pero cuando fue a encenderlo se dio cuenta de que no estaba. De su boca pendía la boquilla, pero nada del resto. Sorprendido buscó en el paquete, pero no encontró nada. Miró por el suelo, pero nada de nada. Con los ojos muy abiertos y la cabeza gacha guardó el tabaco y siguió su camino, menos alegre ahora. Por lo visto no somos tan libres…

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Otoño

El hombre del paraguas negro que pasea al perro detiene su mirada en un
balcón levemente iluminado. Está cayendo la tarde y el agua golpea los
cristales. En su interior, fuera de su vista, hay una chica recostada en
un sofá rojo. La televisión encendida sin volumen, la taza de té vacía en
la mesita. La visión hipnótica de la lluvia la embriaga. El tan esperado
otoño se instala de repente en su salón. El amor, el paso del tiempo, la
madurez. Con los años los tormentos que tanto la hicieron sufrir se evocan
idealizados. Al igual que cuando se ama con tanta fuerza que casi se llega
a desear ese apasionado enfrentamiento amoroso, en el que aflora la
violencia, las lágrimas, el desencuentro. Y el corazón se encoge, ante tal
visión romántica. Para que más tarde, cuando inevitablemente llega,sentir
el golpe que le arroja al barro, hundiendo la cara, donde la belleza no tiene lugar.
Baja la mirada hasta sus pies, se le están quedando helados. Se pone las
zapatillas y se acerca al balcón.

La calle está desierta. En ese instante llaman al portero. No espera a

nadie, pero abre sin preguntar. Un repiqueteo de patas nerviosas asciende
por la escalera, y casi en penumbras se presenta un hombre. Un perro salta
hacia ella, mueve la cola, casi diría que sonríe. Ella se agacha, lo
acaricia y levanta la mirada hacia él. Parece que fuera ya ha dejado de
llover.

El agua

- Hay algo en el agua. Hay algo en el agua.

Sus ojos estaban fijos, su dedo señalaba al río. Pero nadie le escuchaba.
Sus padres reían sentados sobre la manta, levantaban sus copas, enjugaban
el sudor con sus pañuelos a la sombra de los olmos.

- Hay algo en el agua. Su voz era un susurro.

Aún se recuerda en el pueblo aquella tarde de verano. La batida de los
vecinos por toda la ribera. Los gemidos de la madre, sin cuerpo al que
llevar flores.

domingo, 6 de noviembre de 2011

El ticket (a mi amigo Enrique)

Me gusta leer. Da igual el género, novelas de aventuras, poesía de amor, teatro surrealista .., Cualquier buena historia provoca en mí una reacción, más auténtica que cualquier momento de mi vida real. Sin embargo esta vez fue diferente. Realmente es difícil explicarlo con palabras, dada la intensidad de lo sentido. Había ido a la biblioteca, tal y como solía hacer todos los lunes desde hacía ya más de diez años. Vi a mucha gente conocida. A la puerta estaba el aplicado grupo de estudiantes tomando café mientras charlaban de todo lo que les quedaba por estudiar y la nochecita que les esperaba. En su rincón estratégico divisé al vigía que sin tregua controlaba las entradas y salidas de todas mientras se engañaba disimulando leer algo, sin quitarse sus gafas de severa miopía. Me dirigí a las estanterías y tal y como hacía últimamente cogí un libro al azar. Esta vez tocaba la estantería Ga-Gr. Apenas si me fijé en el autor o el título. Cuando llegué a casa y después de acostarme comencé a leer, tal y como hacía todas las noches. Se trataba de una novela histórica no muy convincente. La verdad es que no pude avanzar más que unas cuantas páginas antes de dormirme. Aquella noche tuve el sueño más sensual de toda mi vida. Nada especial había pasado en las últimas semanas, pero no le di mayor importancia. Sin embargo lo mismo ocurrió la noche siguiente y la otra y así hasta que acabé aquel extraño libro. Al llegar a la última página lo comprendí todo. En la misma había un ticket del último lector del libro. Algunas le conocían como el Richard Gere de la biblioteca, pero para mí era mucho más que eso…