martes, 13 de abril de 2010

Cotidianidad

En el edificio número 29 de la Rue de Clichy, Madame Benoit cosía las últimas prendas a toda prisa, sentada en un rincón del taller de la planta baja, apurada por llegar a tiempo a la entrega de los vestidos al día siguiente. En el ático, Coline ensayaba unos pasos de ballet frente al espejo, convencida de poder mejorar aquel fouetté en tournant. Cécile y Fabien se besaban apasionados en el comedor, los recién casados disfrutaban por fin de las primeras horas de intimidad en su propio hogar. El hijo de la vecina, Pépin, repetía en voz alta la lección una y otra vez, mientras su madre le regañaba cuando éste se despistaba. Monsieur Neville, parado ante la puerta de su apartamento, albornoz puesto y llave en mano, trataba de recordar, sin éxito, a dónde pretendía ir, hasta que su enfermera Lucienne, le ayudó a entrar de nuevo en casa.
El inquilino del 3º piso, tumbado en la cama, observa el espectáculo que sale del armario de su habitación, un frondoso jardín envuelto por una intensa luz que lo penetra todo, a su lado, una escalera de peldaños dorados suspendida en el aire. Él mira la escena con la seguridad y la calma de quien ha encontrado al fin respuestas, comprendiendo que es posible creer, y entonces sintió que no estaba solo.