lunes, 31 de mayo de 2010

Vacío admitido.

Tengo que encontrar algo que decir y también la forma de decirlo,
quizás, más que encontrar, puede que se trate de experimentar,
por que por ejemplo puedo decir:
las olas rompen con violencia en la roca de tu pecho
y continuar diciendo,
el viento disuelve en polvo de sal mis sentimientos...

Pero la abstracción que me lleva a escribir esto,
¿De dónde viene?¿Qué significa?
¿Tiene algún sentido? O son solo mediocres sucesiones de palabras
que durante años han complacido la vanidad de alguien
que cree y no, saber hacer algo.

Vivir, experimentar, filtrar, llorar, amar, morir, sangrar
y puede que al final, expresar.

Poetas sagrados han besado tristes calaveras esperando ver crecer flores
en la frente de sus creaciones.
Otros fueron vórtice, tamiz y padre de corazones de hierba,
lengua, átomo y semen de generaciones engrandecidas,
diáspora de huérfanos artistas de guitarra, voz y sueño.

El hilo de luz nos premia o nos condena a las circunstancias,
la historia moldea o hace brillar, en el sentido más tosco y pragmático,
de breve llamada de atención, a aquellos que poseen lo necesario
para destacar en el momento oportuno.

Es por esto, que en la tibia laguna del reblandecimiento cerebral
de una sociedad embrujada por las nereidas del teleprograma,
las inquietudes del espíritu soportan el peso
de centenares de despreciables palimpsestos.

Es por esto, que el germen de inspiración, las palabras de Tomás Moro o los sueños de Swift
cada vez tienen menos sentido para la grey del letargo incipiente,
la demagogia política y las mentiras del oro.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Hombres Verdes

- Abran paso por favor. Por favor, ¡abran paso! - La enfermera no dejaba de gritar, mientras empujaba sin apenas esfuerzo la camilla donde yacía Dimitri Gómez Zu.
Dimitri era un tipo corriente, con los ojos sesgados y pelo corto oscuro, a pesar de su extraño primer apellido, que delataba su origen latino. Sus ancestros posiblemente fueron de raza blanca, actualmente extinguida como el resto de las que existían antes.
- Parece que está más verde de lo normal, ¿no? - Dimitri continuaba deslizándose suavemente, insconsciente, pero ya sólo en compañía de dos enfermeros.
- Sí, seguro que su nivel de clorofenol está por los suelos.Venga, desactiva el antiG y deja que la gravedad se comporte como debe.- La camilla se apoyó firmemente sobre una mesa y su cuerpo dejó atrás el vaivén causado por el efecto de la presión que a veces, sin querer, ejercía hacia abajo uno de los enfermeros.
- Bueno, parece que tenemos a otro que no quería seguir luchando contra el CO2 - Dimitri estaba ahora en manos de la serie de tercera generación de QUIROF, uno más de entre los avances en medicina robótica de los últimos años.
- ¿Sabías que las concentraciones de los gases de efecto invernadero apenas han sufrido un descenso del 0,7%? - QUIROF ya había empezado a introducir innumerables tubos a Dimitri, que continuaba inconsciente, sumido en el plácido sueño que precede al brainoff.
- Sí..., ya hace más de 200 años que nos pusieron el gen de la clorofila y por mucho clorofenol que nos tomemos la gente sigue igual de mal y el planeta más contaminado.
En ese momento QUIROF sólo mostraba, expectante, un pulsador verde iluminado, que parpadeaba en mitad de un silencio absoluto.

martes, 18 de mayo de 2010

Domingos

Como cada domingo, desde ya hace 5 años, Mr. Mills se colocó ansiosamente su cuidado traje de lino color marfil, sus impecables zapatos de charol, que cada sábado lustraba meticulosamente para borrar el paso de los años, y el bastón de madera de ébano que le daba un aire de distinción que él consideraba propio de su clase.
Desayunó frugalmente evitando ver el miserable paisaje del barrio que se observaba por una de las desvencijadas ventanas de su piso. Aunque no era de su gusto tomó el metro, coger el autobús a esa hora no sólo le significaba un largo recorrido, sino la posibilidad de dialogar con sus vecinos del barrio, a los que no tenía nada que decir y con los cuales consideraba no tenía nada en común (personas que, según él, viven al día sin pretensiones de ningún tipo).
Ya en su antiguo barrio caminó por el parque de su infancia con el aire entrecortado por los años y los recuerdos. Se detuvo a observar la siempre hermosa y señorial arquitectura de las casas del lugar y en especial de aquella que alguna vez fue suya. Entró a la iglesia y escuchó la misa con solemnidad, a la salida saludo a todos y se deleitó con discreción del exquisito aroma del perfume de las damas y del buen tabaco de los hombres.
Aceptó la tradicional invitación a la cafetería para dialogar sobre los sucesos de la semana. Mientras conversaba de manera cuidada sobre política, valores y familia, degustaba como era la costumbre, de un buen café y pastelillos de nata. Antes de la hora de la despedida Mr. Mills se sacudió con premeditación su traje de lino para que todos alabaran, como siempre, su exquisito gusto. Cogió luego el fino bastón, se despidió de todos y salió al parque con el pretexto de caminar. Luego de un tiempo, cuando confirmó que todos ya habían regresado a sus señoriales casas, volvió con solemnidad al lugar y tomó el antiguo autobús para emprender el largo regreso al otro lado de la ciudad. Los domingos eran sus días preferidos.

lunes, 3 de mayo de 2010

Niños en un pañuelo

En Malí, como en cualquier otro lugar del mundo, los niños gatean por el suelo, hasta que se atreven a dar sus primeros pasos, para jugar con otros niños. Pero cuando las madres los quieren llevar de un sitio a otro, no tienen carritos para poder hacerlo. Allí no hay carritos de bebé. ¿Cómo lo hacen entonces? Pues bien, la madre saca de entre sus ropas un gran pañuelo, un pañuelo grande y a juego con su vestido. Se lo pone en su espalda, y dentro de él coloca al niño, que queda abrazado a ella, cubierto todo su cuerpo menos la cabecita, como si fuese dentro de una mochila. La madre se anuda por delante las cuatro puntas del pañuelo, dos a dos, con gran cuidado, para que no se desaten y el niño no caiga al suelo. De esa forma, siempre lo lleva detrás suya, apretado contra ella, inmóvil. Su cabecita negra es como un periscopio que lo observa todo. Y para complicarlo aún más, las mujeres tienen la costumbre de transportar cosas en la cabeza. Es normal ver a una mujer con su hijo en la espalda, y a la vez, en un más difícil todavía, portando algún producto en su cabeza. Las he visto en mercados llevando en equilibrio una bandeja de plátanos, por caminos polvorientos unos troncos de leña o en los poblados una gran vasija con agua. Y todo ello con su hijo a su espalda, en el gran pañuelo.

Una noche en Sikasso organizamos una cena con varios amigos malienses, en un lugar donde servían comida. Cada uno de ellos nos había invitado a comer en su humilde casa, y queríamos corresponderles. Las mujeres vestían telas muy brillantes y alegres, y se habían peinado para la ocasión. Una de las parejas llegó con un niño pequeño. Mientras esperábamos la comida y durante la misma, el padre y nosotros lo entretuvimos con juegos. El chico se convirtió en una de las animaciones de la cena. Pero comenzó a mostrar cansancio y a tener los primeros síntomas de sueño. ‹‹¿Qué ocurrirá ahora?›› Me pregunté. ‹‹En mi país lo normal es que acuesten al chico en el carrito. ¡Pero aquí no hay carrito!›› Nos ofrecimos a tener al niño en brazos mientras la madre terminaba de comer, pero ella no consintió. Sacó su gran pañuelo, se colocó al niño en su espalda, y terminó de comer de pié, con el plato en alto, sin sentarse, y sin agacharse tampoco, para que su hijo descansara bien.