domingo, 15 de mayo de 2011

Melville y el alumno

-Bien, este es el tema: una historia que ocurre en un galeón, el protagonista es uno de los marineros.
-Uf, siempre con lo mismo, ¡qué sé yo de galeones!
-Puedes investigar sobre el tema.
-¡Pero no podría escribirlo a tiempo!
-Pues entonces aprovecha tu propia experiencia.
-¿Mi experiencia como marinero de galeón? Sí eso, ríase…
-No hombre, como persona. Hay temas universales.
-Bueno, intentaré pensar en algo. ¿Alguna escena en particular?
-Si, parte de la acción o toda se tiene que desarrollar durante una terrible tormenta.
-Vaya, esto va cada vez mejor…
-Venga, anímese. Sabemos que es un barco mercante, ¿hacia dónde se dirige?
-Va a América, en concreto a México, y viene de España.
-Por tanto estamos hablando de la colonización española.
-Sí.
-¿Y cuál es la motivación del marinero para embarcarse en esta empresa?
-Pues…, quiere hacer fortuna, claro. Él quiere casarse con su enamorada, pero ella es de buena familia y él se siente inferior. Cuando vuelva rico de América ya no habrá ningún obstáculo.
-Bien…, un poco visto pero no está mal. Entonces, ¿es un chico joven, no?
-Sí, sí, poco más de veinte. Y se llama… Alfonso, Alfonso Ortega.
-Bien el nombre español. ¿Qué más? Están en mitad de la tormenta, ¿qué es lo que ocurre?
-Están en mar abierto y les sorprende la tormenta. Tienen que arriar velas rápidamente y en algunos sitios incluso están achicando agua.
-Vaya, parece que algo sí sabes de navegación después de todo.
-Lo habré leído en algún sitio supongo… ¿Por dónde iba? A sí, Alfonso intenta ayudar en lo que puede, pero la tormenta cada vez tiene más fuerza. Ve incluso como un golpe de viento tira al mar a uno de sus compañeros que estaba subido al mástil. Entonces duda porque nadie intenta recoger esa vela y el mástil se va a partir, y termina por arriesgarse y subir él. Le cuesta mucho trabajo pero al final lo consigue. Y allí arriba lucha contra el viento y el agua, el mar embravecido a sus pies. Está varias veces a punto de caer, pero es fuerte y consigue resistir las sacudidas. Y justo cuanto el palo se va a partir, logra amarrar la vela. Cuando baja tiene una expresión de satisfacción, pero en eso llega una ola enorme que hace zozobrar el barco. El agua lo arrastra hasta el otro extremo, donde queda sujeto solo por una mano y el mar finalmente lo engulle. Su último pensamiento es para su amada Lucía… ¿Qué le parece?
-Me parece que está lleno de tópicos, no es nada original.
-¿Cómo? ¡Y qué quiere, si tengo que desarrollar un argumento en cinco minutos! ¿Hago que se salve?
-No, no, eso sería mucho peor. Mejor que muera. Ahora lo que tienes que hacer es escribirlo y hacer que se convierta en un buen relato.

Levante

El viento de levante ha arrancado dos sombrillas multicolores que ruedan indomables hacia la orilla. A distancia corren sendos hombrecillos gesticulantes que alertan del peligro que se cierne en la orilla sobre paseantes y bañistas. Agus decide responder a la llamada. Abandona el Men’s Health sobre la toalla, se ajusta las gafas de sol y hace una mueca a su hermano para que le observe mientras adopta la pose de un defensa de los Nets que tuviera que interceptar a toda una estampida de elefantes.
El sol tórrido reverbera donde la arena seca, pero la escena de las dos sombrillas desbocadas mantiene en vilo a los ocupantes de aquella franja de playa, que se vuelven para contemplarla: unos niños dejan de cavar la arena con sus palas, un matrimonio suspende su discusión sobre las licencias nocturnas de su hijita adolescente, un amor canicular cesa en sus arrumacos, una abuela descansa las agujas de punto sobre el regazo, un abuelo desorientado despierta de su siesta, una señora interrumpe su refriega de bronceador en cuello y escote, unas alemanas en topless se incorporan sobre los codos con vertical esplendor, y ha cesado el pregón del vendedor de refrescos.
La última ola se bate en retirada. Es el silencio cuando Agus se percata de que él es el último reducto contra las enfurecidas lanzas que Eolo arroja a la multitud. Y toma conciencia de que durante el instante en que acaparará todas las miradas él, a su vez, también puede verlo todo: las sombrillas que se avecinan con sus hombrecillos corriendo a los lejos y, de reojo, tres pares de pechos enrojecidos. Y calcularlo todo. Tres zancadas para interponerse en la trayectoria letal y la maniobra mínima imprescindible para reducir la sombrilla, plegarla, dejarla en el suelo y lanzarse a la caza de la otra que vuela unos metros más atrás.
Siente ahora transfigurarse en Mitch Buchannan (pese a que siempre quiso hacerlo en Michael Knight). Siente el valor necesario para intentar trabar una conversación con las teutonas luego de cumplido el trámite. Y siente (lamenta) llegar tras de sí el refuerzo de su hermano pequeño, que también debe querer sumarse al cumplimiento del deber cívico. “Me las habría bastado yo solo, idiota”, piensa para sí. Y cuando la sombrilla primera ya los embiste una fuerza invisible tira del bañador de Agus hacia abajo, hasta los tobillos, dejando sus vergüenzas al descubierto. Y la sombrilla le golpea en la cara y le tira al suelo las gafas de sol. Enredado en su propio traje de baño e incapaz de mantener el equilibrio, cae derribado, deslumbrado y desnudo. El silencio se quiebra por el rumor de las olas rompientes.
Son carcajadas, Agus.
Son mandíbulas batientes de niños, allá arriba, señalándolo con el dedo desde lo alto de un castillo de arena.
Risas del matrimonio que hace medio minuto discutía, de la señora del bronceador, de la parejita de los arrumacos y del tipo de las cocacolas. Agus evita mirar a las alemanas. Habría comprobado que sus pechos se agitan graciosamente y que también ríen. Toda la playa ríe, y el idiota huye y también ríe, aunque muy pronto va a estar llorando.
Dos sombrillas multicolores flotan en el agua, inocuas.