viernes, 16 de julio de 2010

Sueño

El olor a salitre, mi piel erizada, el rumor del mar. Podía percibir cada detalle, desde la ventanilla de aquél vagón de turista. El ferrocarril bordeaba la costa ofreciéndome todo ese paisaje de libertad, prometiéndome un destino incierto y remoto, casi mítico.
El regional se detuvo en una estación concurrida, nada parecía distinto allí, había tránsito, ruido, historias que comenzaban o terminaban en el andén. No deseé apearme y desaparecer en el tumulto de la terminal, aún no. Algo más que el anuncio de la inminente partida del tren me llamaba al viaje.
Cuando abrí los ojos, regresé.

Pauline en la playa

La resignación es cuestión de tiempo, así que ya puedo mirarlas y sonreirme... ¿pero cómo es posible remeter la camisa tan por dentro? Las fotos amarillean, pero ese pantalón era blanco. Lo estrené para ir a cenar la noche del día en que llegaste. ¿Y cómo es posible pasear por la playa con zapatos de tacón alto? No tenías necesidad de llamar su atención. Te echó el ojo desde el primer momento en que te vio en la orilla, y daba igual el vestido, el bañador, o los tacones. El cretino no volvió a mirarte vestida.

¿Y esta otra en el Cuatro Latas?. No he vuelto a tener uno igual, era perfecto para cargar la vela, ¡y cómo hervía después de toda la mañana! Tu prima Pauline subía con el bañador mojado y dejó en la tapicería una marca de salitre que nunca me molesté en quitar.

Me decías que te prestaba demasiada atención. Que debía ponerlo más difícil. Que buscabas la pasión por encima de todo. Y claro, el cretino era un espíritu libre.

Pues eso. Que ya puedo mirarlas y reírme de mi bañador y de tu pelo. Pero, sobre todo, que ya puedo mirarlas, y si te enteraras –solo por eso- ahora despertaría en ti el interés que entonces me negabas.