miércoles, 8 de diciembre de 2010

Women´s secret

Dos años antes de que las colecciones luzcan en los escaparates de ciudades de medio mundo, mis dedos ya han tanteado los tejidos destinados a cubrir –hasta donde se deseen cubrir- los arcanos de la geometría femenina. Como quien elige un vino de batalla o una añada exclusiva para la ocasión, así, decido entre algodones y poliamidas para el trajín diario y brocados vaporosos o mixturas shangtung para enaltecer curvaturas y avivar la sensualidad noctámbula.

De mi mesa de trabajo, un batiburrillo de muestrarios textiles, catálogos, guarniciones, paletas cromáticas, patrones y revistas de moda, emergen cada temporada creaciones en pos de sus simbiontes: una procesión de ninfas caucásicas, efigies nubias, sirenas bálticas, princesas otakus, tótems subsaharianos, catedrales góticas, nórdicas deidades, dulcineas, musas, lolitas y gracias rubensianas desfila por nuestras tiendas prestas a sublimarse en mis diseños.

Apenas me asomo por el laboratorio de materiales, pero hoy sí. Aquí investigamos fibras hipoalergénicas, inventamos cierres, experimentamos costuras y rellenos de silicona adaptativa. Aquí sometemos las prendas a pruebas de elasticidad y resistencia. Pero aquí, hoy, quien resiste soy yo. Un descuido tonto me tiene atrapada entre las mandíbulas de una máquina de corte industrial, como si un supervillano hubiera ideado una muerte lenta y brutal para mí, que tanta delicadeza he dado.

Esquivo una última dentellada antes de que un operario desconecte la máquina. Me auxilia. El horror se dibuja en sus ojos. Le aparto la vista y miro la sangre discurrir, encauzada por la bocamanga de mi blazer de rayón hasta la popelina sobre la que hace un momento ensayábamos nuevas tinturas. Y no era el rojo hemoglobina el que tenía previsto para la pieza, ni mucho menos.
Pero calla, ahoga tus lamentos en el estrépito del coche de ambulancia que se aproxima. Aprieta los dientes, piensa que te sostienen fornidos enfermeros de brazos jóvenes, sueña con el cónclave de elegantes cirujanos que se disputan la sutura de tu carne desnuda. Pero… ¿sigues despierta? Sigo despierta. Madre mía que disgusto. Reparo entonces en mi estúpida decisión matinal, un mal día para motines domésticos. Mal día para rebelarme a la salmódica niña ponte bragas limpias no sea que tengas un accidente. Qué disgusto, madre.