Declinaba el día y en el ocaso, se vislumbraba rotunda aquella línea inmutable donde se proyectaban nuestras vidas, donde la mirada cobraba sentido, donde se perdía la batalla contra el tiempo.
Llegaba la noche, que en su oscuro silencio envolvía las almas de los débiles, robaba los sueños de los derrotados.
Tan sólo los jóvenes, ciegos de esperanza, sostenían impasibles los ojos sobre la llanura. Los viejos, acechados por otro horizonte, confiaban en la promesa de un nuevo amanecer.