jueves, 30 de septiembre de 2010

(Esto no es un relato)

Anoche soñé con La Amortajada. Era una loca que iba por las calles en penumbra con su largo pelo negro y sus vaporosos ropajes al viento. Su cara estaba pálida y sus ojos alucinados mostraban una sombra azul alrededor. Podías verla ir y venir gritando en cada casa su nombre, siempre provocando escalofríos en quien la escuchara.

En una de esas casas, un grupo de amigos estaba reunido cuando llegó el grito de La Amortajada. En un televisor que había en la habitación aparecía ella en ese momento, pero en este caso no decía nada, se limitaba a introducir su mano en el pecho de los hombres que encontraba a su paso hasta atravesarles el corazón.

En un rincón, un recipiente lleno de brillantes, aunque pétreas, torrijas permanecía olvidado en total soledad.

jueves, 23 de septiembre de 2010

1ª Exposición Relatándonos. Picalagarto 22/09/10

Hace casi un año que este mundo nuestro cuenta con más y más pequeñas historias, algunas reales, otras fantásticas, cómicas o dramáticas (la mayoría). La pregunta es ¿realmente necesita el mundo más historias de amor, más descripciones cotidianas, más metáforas? Yo personalmente quiero creer que no está todo dicho ya, que queda mucho por experimentar al escribir o leer palabras nuevas. Que aparecerán nuevos paisajes, nuevos sentimientos nunca antes vividos por nadie, que vendrán grandes libros, los mejores, aún por escribir.
Y en Relatándonos tenemos los nuestros, hemos creado algo bonito, un contexto en el que enmarcarnos, unos ojos que prestan atención a lo que tenemos que decir, y hemos creado otra obra que trasciende el papel que es la nuestra como grupo, como amigos. Son muchos los buenos momentos que hemos pasado juntos. Hemos compartido cervezas (muchas) allá por Chile, hemos andado por el campo, atravesado valles (por lo menos uno) y abrazado árboles. Hemos pasado estupendos días de playa jugando al disco, a las palas, algunos quitándose el bañador o haciéndonos fotos a cual más ridícula. Hemos hecho un club de lectura, nuestro profe ha publicado un libro, etc. Por otra parte también ha habido malos momentos, unos más livianos como el misterioso caso de la mochila desaparecida y otros más graves como los vividos por alguno de los nuestros recientemente. Y lo que es más importante de todo, aún quedan planes, cosas por hacer, ganas de compartir más momentos: hacer una asociación, jugar al pádel, una barbacoa en el campo de Catherine, pasar unas noches en el desierto... y todo lo que se nos ocurra.
Todo esto se podría resumir en las sabias palabras del gran Julio Iglesias cuando dijo eso de: "Siempre hay por qué reir y por qué llorar. Al final las obras quedan, las gentes se van, otros que llegan las continuarán. La vida sigue igual."

La decisión de Bruno

La decisión de Bruno

El padre de Bruno quería que él tuviera los ojos de su madre, ella en cambio quería que tuviera el pelo rizado y una sonrisa honesta y sanadora. Pero Bruno y el destino tenían otros planes, el no tuvo los ojos de su madre ni el pelo ensortijado, le asustó la vida, los ruidos ensordecedores y los miedos comunes, y decidió no nacer, se quedo enjuto y quieto pidiéndole a su madre que le ayudara a volar al país de nunca jamás, desde ahí mira con los ojos de su madre y juega con una sonrisa que llena el aire de pompas de jabón.

La pérdida

La pérdida

Eva soñó que desde su vientre brotaba un gran árbol de ramas firmes y frutos rojos, y de su ombligo un arroyo de aguas mansas y peces de colores. Soñaba que durante el otoño se sentaba bajo el gran árbol y leía cuentos a los niños mientras las hojas caían suavemente sobre sus pies blancos y fríos.
Al amanecer, mientras una suave lluvia tocaba su ventana, Eva despertó con el olor a desinfección incrustándosele como una aguja sobre la piel. Su cuerpo entumecido yacía aún sobre la camilla con el vientre deshabitado, el corazón abatido y la mirada anhelante de otros sueños.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Una historia real

Las primeras horas que pasé en mi nueva vivienda las empleé en limpiar. Era un sábado de finales de julio y fui a llevar algunos paquetes y a acondicionarla un poco. Me gustaba mucho ese piso. Era bastante nuevo, estaba decorado en tonos cálidos y no parecía esconder nada desagradable. Atrás dejaba otro mucho más antiguo, con vecinos ruidosos y paredes de papel y una familia de cucarachas que se empeñaba en vivir conmigo sin contribuir al alquiler.

Detuve un momento mi tarea y empecé a caminar por la casa reconociendo cada uno de los detalles. Al llegar al dormitorio, me senté en la cama para volver a comprobar lo confortable que era. Acto seguido, sin ningún motivo salvo la curiosidad, me incliné y me asomé por debajo. ¿Pero, qué es eso?- exclamé aunque nadie pudiera contestarme. Ante mis ojos apareció un cubo azul con unas extrañas tiras anchas saliendo de su interior. Con gran aprensión, lo saqué de debajo de la cama y lo examiné. Albergaba lo que me pareció un gigantesco tubérculo con una especie de desniveles a lo largo de su superficie. Lo que sobresalía del recipiente eran las hojas del fruto, también enormes y de color amarillo pálido. Intenté sacarlo tirando de sus hojas, pero pesaba tanto que me quedé con ellas colgando en la mano sin conseguir mi objetivo. Así que me vi obligada a cogerlo directamente y entonces descubrí que unas horribles y larguísimas raíces le habían salido por el extremo. Chillando y corriendo todo lo que podía, llevé aquella cosa hasta la basura y conseguí deshacerme de ella. El cubo en cambio lo limpié y lo guardé, porque estando de alquiler, cualquier utensilio susceptible de servir en el futuro viene bien.

Estuve unos días preguntándome por qué habría dejado el antiguo inquilino, un joven aparejador creo, algo tan extraño debajo de la cama, cuando no había quedado absolutamente nada más suyo en la casa. Al final llegué a la conclusión de que se lo habían dado en su pueblo y, sin saber dónde guardarlo, y teniendo en cuenta las cosas tan raras que hacen los hombres, lo había escondido en el cuarto y había olvidado que estaba allí. Debía de ser alguna patata especial o vete tú a saber. Me quedé muy satisfecha con mi reflexión y cerré el caso.

Unos días después, vinieron mi madre y mi tía Amalia para ayudarme un poco con la mudanza. Cuando ellas se fueron, yo ya me sentía plenamente instalada en mi nuevo hogar. Su corta estancia había conferido a esas paredes, hasta entonces ajenas a mí, un débil pero decidido matiz de familiaridad. Así que el primer día que me encontré sola en casa me sentía rebosante de buenas vibraciones.

Había trabajado por la mañana y me había echado a descansar un rato después de comer. Tras el reposo, me disponía a arreglar algunas cosas, pues todavía quedaba que hacer ahora que ya no había nadie más en el piso. Me dispuse a barrer mi dormitorio y ¡oh, Dios mío!, ¿qué demonios era eso? Otra vez debajo de la cama, hacia el centro, había algo. Me metí debajo para verlo de cerca, porque no podía imaginar qué podía ser, pero cuando lo tuve delante de mis ojos todavía me quedé más asombrada. Era una especie de cebolla con una forma muy rara, alargada y estrecha, y estaba atada con un cordón de zapatilla de deporte a las tablas del somier. De modo que quedaba colgando y se balanceaba, como una verdadera cebolla ahorcada.

Me senté en el borde de la cama. Pero ¿dónde me había metido?, ¿qué clase de gente había vivido allí para tener el dormitorio lleno de cadáveres vegetales? ¿Y si todo esto respondía a algo en lo que no había pensado hasta ahora?, algo que ni había osado contemplar como posibilidad y que ahora me producía escalofríos. Allí sola en la quietud de la tarde de verano, con la atmósfera rojiza por el efecto de la luz al pasar por las cortinas, vinieron a mi mente palabras como vudú, brujería, sortilegios… Ya no estaba en mi nuevo y acogedor hogar, estaba en una casa desconocida, llena de misterios indescifrables que me amenazaban. Y lo pero es que no sabía cómo hacerles frente.

Al día siguiente, al comienzo de la jornada laboral, me encontraba un momento sola frente al ordenador y obviamente pensando en los recientes acontecimientos. Entonces tuve una idea, ¿por qué no buscar información en Internet?, ¿no se supone que está todo allí? Quizá encontrara algún ritual purificador contra bulbos malignos. Dicho y hecho, abrí el Google y comencé a escribir “cebolla debajo…”, pero cuál fue mi sorpresa al ver que el buscador ya sabía el resto de la frase, “…debajo de la cama”. Abrí el primer resultado con el corazón latiéndome agitadamente. Se trataba de un blog y alguien escribía “si pones una cebolla albarrana…”. En este punto, al ver que “cebolla albarrana” tenía un enlace, lo pinché y me llevó a una foto de la cebolla en cuestión. Era como la primera que descubrí, más lozana esta, con las hojas verdes en vez de amarillas pero igual de enorme y con la piel escalonada. Volví al texto comprendiendo que estaba a punto de desentrañar el misterio y seguí leyendo “si pones una cebolla albarrana debajo de la cama, a la altura de la pelvis, en tres días se desactivan las almorranas”.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Cierra los ojos

Hoy voy a llamarme Vladimir o voy a vestir túnicas de colores. Hoy me presento en tu casa con un ramo de flores rojas, pero cuando voy a llamar veo por el cristal luces inesperadas y cegadoras, ¿o acaso es mi propio reflejo? No lo entiendo, me doy la vuelta, pido un aplazamiento, una vez más, aún sabiendo que vendrá con recargo. Prefiero seguir soñando, soñar que sueño junto a la mezquita, que toco mi flauta, que una serpiente asciende ondulante. Me mira y sin dejar de bailar me dice “despierta de una vez”. Yo la beso y sonríe. Salgo corriendo, me tiendo en la arena caliente, pero aparecen las nubes, empieza a llover, miro al horizonte y sale un arcoíris en escala de grises. Es hermoso. Cierro los ojos, la azafata me trae una manta, aún queda mucho viaje, nada podría ir mejor.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Xoanón

Aquella tarde fría Xoanón recordaba esa otra, unos meses atrás, en que se desplomó inconsciente minutos antes del descanso del partido. Después, un hormigueo en los dedos de los pies, el dolor articular, el entumecimiento paulatino y el adiós a las carreras por la banda, a las fintas de fantasía y a la promesa de que pronto entrenaría con los del primer equipo.


Pensaba en ello, resignado, mientras ponía su nueva silla de ruedas rumbo al roscón de Reyes que la abuela le había servido en un plato. Al tercer intento logró trabar el pastel con el tenedor y cortar un pedazo que se llevó a la boca con torpeza. El pequeño objeto que asomaba entre la nata sobresaliente captó la atención de todos.


“¡La habichuela!”, gritó alborozada la abuela, presa de una risa que casi parecía un estertor. “¡Pide un deseo!”, le apremió su hermana.“…Te toca pagar, chaval”, pensó Xoanón para sí.


Una vez en la cama, se ayudó con los dedos de la mano derecha para plegar los de la izquierda en torno a la habichuela, apretándola todo lo fuerte de que era capaz. Cerró los ojos y tras concentrarse mucho, se atrevió a pronunciar su deseo.


“Quiero - volver - a jugar - al fútbol”.


§


Aún no se ha acostumbrado a su nueva posición en el campo, a su nueve en la camiseta, y ya es el goleador del equipo. Ha perfeccionado su golpeo de balón: un impacto seco y duro al que imprime un efecto diabólico, que hace inútil la reacción del portero rival. Ha cambiado sus carreras -tan profundas antes- por rápidos desplazamientos laterales o amagos en busca de un hueco entre los defensores contrarios.


Juega, pese a la rigidez de su cuello, pese a la esclerosis de la cadera y a la anquilosis de rodillas y tobillos: Su cuerpo es hierático como el de una escultura de la Grecia arcaica.


Xoanón cumple su deseo casi cada día. Es uno de los veintidós jugadores distribuidos en las ocho barras de una añeja y venerada mesa de futbolín.

lunes, 6 de septiembre de 2010

la dispareja

Ana y Juan llevan 10 años juntos. Ana se eleva con facilidad sobre las preocupaciones, construye mundos mientras apenas roza el suelo, le cuesta orientarse en el día y se esparce y vuela con premura por las noches. Juan clasifica y ordena con meticulosa pulcritud su vida y sus estantes. Elabora listas de obligaciones, quehaceres y placeres. Solo ansía y sueña aquello que ha sido comprobado. Ana ríe y llora a borbotones, es una pileta de emociones encontradas y abiertas. Huele y siente más de lo que ve y escucha. A Juan le cuesta la sonrisa, es taciturno. Por la noches, mientras Ana insomne sueña con los ojos abiertos y cerrados, Juan saca cuentas, elabora listas, resuelve formulas y planifica tareas.
Ambos habitan un pequeño mundo itinerante alejado de los torbellinos nocivos de los malos deseos y abierto de par en par a susurros venturosos y risas desatadas. Su casa esta poblada de ventanas grandes y blancas, por unas entran amigos cargados de risas, relatos y amores, por otras entran olores y sabores antiguos. Por las más grandes van saliendo los temores, los odios y los malos presagios.
Por las tardes, Ana y Juan se sientan en el portal de su hogar. Mientras Ana habla y reconstruye los sueños propios y mutuos, Juan la abraza, sonríe y se deja llevar sin planificación alguna por ese mar de buenos deseos y anhelos.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Abogado del diablo

Habían transcurrido casi dos años y como no podía haber sido de otra manera, Pemberley, aquel lugar tan imponente y maravilloso se había vuelto insufrible para Darcy

- Hola, hola, ya estamos aquí de nuevo – le saludó casi sin mirarle su querida suegra- Uff qué viaje más agotador, me parece que pronto tendremos que mudarnos más cerca porque unas señoras como nosotras no podemos estar todo el día de aquí para allá. Y esta niña… pero Mary deja ya de mirar ese libro y ayúdame con este vestido. Ay Dios mío cuándo encontraré un marido para ti. Fíjate en tu hermana, gracias a mis consejos, qué buenas posesiones tiene…

Darcy se dio medio vuelta, justo cuando aparecía Lizzy quien vio la cara de resignación de su marido. A pesar de sus esfuerzos por mantener lejos a su madre y hermanas, a excepción lógicamente de Jane, siempre se presentaban en el peor momento, y últimamente Darcy no estaba de humor…

- Hola, hijita. ¿Qué…?¿Has pensado lo de la fiesta que te comentaba en la carta que te envié?¿que todavía no la has recibido? Pero si la envié justo antes de salir..bueno, bueno, no importa. Tienes que pensar en tu hermana Mary. Pobrecita, ella no es tan guapa ni lista como vosotras. Tienes que pensar en ella. ¿Me lo prometes?

A Lizzy no le quedó más remedio que decirle que sí, aunque sabía cuál era la opinión de su marido, teniendo en cuenta que desde su boda se habían celebrado ya cuatro fiestas con la misma excusa. Para Darcy, Pemberley era su retiro, el lugar donde olvidarse de la gran ciudad y las gentes fatuas sin más aspiración que el chismorreo y la injuria.

Para colmo el Sr. Benet se encontraba delicado de salud y Lizzy cada vez iba con más frecuencia a visitarle. Al poco de haber marchado su famila, recibió una nota indicándole que su padre había empeorado.

- Voy a ver a mi padre. Está peor. ¿Vendrás esta vez?- le dijo a Darcy aquella noche.

- Pues si tan mal estaba no sé como su familia se marcha y le deja allí solo.

- Ese no es el tema y lo sabes. Desde que nos casamos tan sólo has ido una vez por Navidad y…

- Y es más que suficiente, teniendo en cuenta que ya ellos lo compensan con sus visitas

- Sabes que no es lo mismo.

- Evidentemente que no es lo mismo, y no estoy dispuesto a volver a ver a tu madre cuando no hace ni tres días que se marcharon de aquí.

- Yo no te digo nada cuando vienen tus amigos a cazar o te pasas varios días fuera

- ¿Que no dices nada…?

Últimamente se repetían con más frecuencia de lo habitual diálogos como éste y siempre terminaban igual, con Darcy marchándose. La verdad es que el carácter tan directo e independiente de Lizzy que le cautivó casi desde el primer instante, se le iba volviendo cada vez más insufrible, habiéndole dejado ya varias veces en evidencia ante sus conocidos. Darcy comenzaba a arrepentirse de su impetuosidad…