domingo, 17 de octubre de 2010

Aparición

Tras el almuerzo y las copas cojo el autobús para ir al centro. Con mirada soñolienta observo las escenas sucederse, imágenes que parecen formar parte de un gran teatro navideño. Los personajes se mueven con rapidez, las luces de colores adornan cada escenario y la alegría aparente lo impregna todo.

Te imagino –nos imagino-, en uno de esos escenarios. Recuerdo cómo te conocí en el momento más inapropiado, tras un velo de alcohol como el que me nubla hoy. Recuerdo cómo te empeñaste en reaparecer en mi vida hasta que no pude entenderla sin tus embestidas por sorpresa, sin nuestras conversaciones interminables, sin tus arranques de ternura. Y luego te desvaneciste, y el mundo se tornó enorme y complicado, y yo me volví minúsculo. Después olvidé, pero hoy te empeñas obstinada en regresar a mis pensamientos. Solo a mis pensamientos. ¿Por qué no regresas por una vez entera, toda tú?

¡Basta de devaneos! Hay que bajarse y emprender la ardua tarea de paje del rey, será más fácil adormecido por la anestesia navideña. Alguien pronuncia mi nombre, ¿me llaman? No, debe de ser a otro. No a mí. Pero esa voz dulce y grave a la vez, esa voz de vino y melocotón la conozco. ¿De dónde sales? ¿Es posible que existan los milagros después de todo? Pero no debí desear. Me coges las manos, me tocas y me colocas al borde del precipicio. Soy una figurita balanceándose hacia delante y hacia atrás, con tanta fuerza me colocaste… Ahora tu dedo se aproxima y tiemblo, ¿qué harás con la figurita, aparecida?