miércoles, 15 de diciembre de 2010

La teoría de mis cuerdas

Creo que puedo sentir sus ondulaciones, si me tiendo y me concentro. Las del estómago son las que vibran con mayor intensidad. Se estiran, se tensan, se retuercen. Las noto dentro de mí, parte de mí. Las del corazón, rítmicamente. Las de los pies, apensa se mueven, los tengo helados.
Las imagino rojas, marrones, negras, no sé. Habrá más de una rota, con grietas, pero nunca atadas, nunca más seremos un punto en el espacio, nunca más cabremos en un cuadro de Seurat con nuestras nuevas seis dimensiones. Ahora somos guitarras, difíciles de tocar, eso sí, sogas que sacan agua de un pozo o en las que colgarse, cordones de zapatos, amarres de barcos. Nada más.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Women´s secret

Dos años antes de que las colecciones luzcan en los escaparates de ciudades de medio mundo, mis dedos ya han tanteado los tejidos destinados a cubrir –hasta donde se deseen cubrir- los arcanos de la geometría femenina. Como quien elige un vino de batalla o una añada exclusiva para la ocasión, así, decido entre algodones y poliamidas para el trajín diario y brocados vaporosos o mixturas shangtung para enaltecer curvaturas y avivar la sensualidad noctámbula.

De mi mesa de trabajo, un batiburrillo de muestrarios textiles, catálogos, guarniciones, paletas cromáticas, patrones y revistas de moda, emergen cada temporada creaciones en pos de sus simbiontes: una procesión de ninfas caucásicas, efigies nubias, sirenas bálticas, princesas otakus, tótems subsaharianos, catedrales góticas, nórdicas deidades, dulcineas, musas, lolitas y gracias rubensianas desfila por nuestras tiendas prestas a sublimarse en mis diseños.

Apenas me asomo por el laboratorio de materiales, pero hoy sí. Aquí investigamos fibras hipoalergénicas, inventamos cierres, experimentamos costuras y rellenos de silicona adaptativa. Aquí sometemos las prendas a pruebas de elasticidad y resistencia. Pero aquí, hoy, quien resiste soy yo. Un descuido tonto me tiene atrapada entre las mandíbulas de una máquina de corte industrial, como si un supervillano hubiera ideado una muerte lenta y brutal para mí, que tanta delicadeza he dado.

Esquivo una última dentellada antes de que un operario desconecte la máquina. Me auxilia. El horror se dibuja en sus ojos. Le aparto la vista y miro la sangre discurrir, encauzada por la bocamanga de mi blazer de rayón hasta la popelina sobre la que hace un momento ensayábamos nuevas tinturas. Y no era el rojo hemoglobina el que tenía previsto para la pieza, ni mucho menos.
Pero calla, ahoga tus lamentos en el estrépito del coche de ambulancia que se aproxima. Aprieta los dientes, piensa que te sostienen fornidos enfermeros de brazos jóvenes, sueña con el cónclave de elegantes cirujanos que se disputan la sutura de tu carne desnuda. Pero… ¿sigues despierta? Sigo despierta. Madre mía que disgusto. Reparo entonces en mi estúpida decisión matinal, un mal día para motines domésticos. Mal día para rebelarme a la salmódica niña ponte bragas limpias no sea que tengas un accidente. Qué disgusto, madre.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El señor Goodman

El amable señor Goodman siempre llegaba temprano al trabajo. Saludaba al panadero y recogía sus bollos, y se dirigía a la sastrería tarareando alguna canción. Y es que el señor Goodman disfrutaba profundamente con sus rituales matutinos. Abría las rejas y la puerta, y lo primero que hacía era colocar un hermoso felpudo rojo que le daba la bienvenida a todos los que cruzaban el umbral. Luego descorría las cortinas y ponía en orden el mostrador. Preparaba sus libretas y la máquina registradora para que todo estuviera listo. Y finalmente, sacaba del último cajón un tarro con alpiste para sus canarios, que estaban cantando desde que oían llegar a su dueño. Este momento era especialmente placentero para el señor Goodman. Limpiaba las jaulas, rellenaba los recipientes del agua y los comederos y les ponía en los barrotes unas hojas de lechuga, que traía envueltas primorosamente en un paquetito, para que pudieran picotearlas. Mientras tanto, les dedicaba amorosas palabras, les lanzaba besos y los acariciaba un poco. Cuando terminaba estas tareas, llegaba el momento de tomarse el desayuno, justo antes de que aparecieran los primeros clientes. Ese día, como todos los demás, el señor Goodman cogió sus bollos y se dirigió al cuarto trasero del establecimiento, donde tenía una cafetera y una mesita que aprovechaba para estos menesteres. Entró en la habitación y se dirigía a la mesa cuando vio el bulto en el suelo. El señor Jenkins yacía tendido a su izquierda, los ojos abiertos mirando hacia el techo con expresión de espanto y las enormes tijeras del sastre clavadas en el corazón.

-Ah, señor Jenkins, ¿sigue usted ahí?- exclamó alegre el señor Goodman, colocándose adecuadamente sus pequeñas gafas redondas mientras lo observaba. –Supongo que hoy tampoco conseguiré que me pague usted los pantalones, ¡qué se le va a hacer!

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Oveja 12

Uno
Un aire de nerviosismo sobrevolaba el rebaño, las ovejas estaban inquietas. El rumor parecía confirmarse, estaban siendo observadas. Al parecer se trataba de un chico, un tipo de unos 20 años que al día siguiente tenía un importante acontecimiento y no podía conciliar el sueño. Ciertamente algo debía estar ocurriendo, este repentino interés por saltar la valla en mitad de la noche no era normal.
Una a una iban saliendo ordenadamente con cuidado de no resbalar con el barro del corral. Ya casi le tocaba a la oveja número 12. Miró hacia abajo, las patas le temblaban, era su momento. Oveja 12 siempre había sido especial. Era consciente de la envidia que despertaba por su carácter de líder, pero eso a ella no le importaba. Estaba orgullosa de ser como era, de gozar del favor del amo.
Se colocó frente a la puerta abierta del cercado, era la siguiente en saltar. Una oveja ya mayor se encargaba de dar la señal de salida. Lo hacía sin ganas, con malos modales, como si no aceptase que a su edad todo lo que podía hacer eran trabajos sencillos, no podría saltar esa valla ni con una escalera.
- Preparado, listo, ¡adelante!
Oveja 12 respiró profundamente y salió a toda velocidad. El aire frío le entraba por las orejas, apretó los dientes. La valla estaba cada vez más cerca. Miró de reojo hacia su izquierda y un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¡Era cierto! Unos ojos la observaban, unos ojos grandes y brillantes en medio de la oscuridad.
Tomó impulso, ya estaba en el aire. Pensó en aquellos ojos, pensó en el amo, en su deseo desde corderillo por triunfar, por salir de la granja, por ser alguien. Aquellas décimas de segundo se le hicieron eternas. No podía desperdiciar esa oportunidad, tenía que actuar.
De repente, cuando se hallaba en lo más alto inclinó su rechoncho cuerpo hacia delante, formando un ovillo y sintió cómo giraba una vez y otra vez más sobre sí mismo. Finalmente estiró sus patas delanteras tensando su cuerpo y se zambulló en total verticalidad en un agua cristalina que nunca antes había visto en la pradera.
Salió del agua precipitadamente y observó cómo un improvisado jurado levantaba las tablillas con la puntuación.
- ¡Diez!
- ¡Diez!
- ¡Diez!
- ¡Diez!
- ¡Diez!
Era increíble, la ovación le hizo tambalearse, sentía que perdía el equilibrio. Todo había sucedido tan rápido. Y ahora estaba allí, subido en el número uno del podio con su medalla brillando en el pecho entre la lana aún mojada.
Decenas de focos, aparecidos de la nada, le cegaban. Casi no podía contener las lágrimas. Había tenido una oportunidad y la había aprovechado. El público estaba alocado. Los periodistas escribían rápidamente sus titulares. No se recordaba una ejecución tan perfecta desde la participación de Nadia Comaneci en Montreal. Esta victoria daría la vuelta al mundo.
A su derecha, el número dos alzaba desafiante el puño. Se trataba de la oveja negra del rebaño, una oveja discreta y callada, nadie habría adivinado que pudiera estar entre los ganadores. Sin embargo, Oveja 12 no comprendía a qué venía ese gesto desafiante. Tal vez estuviese intentando robarle el protagonismo, pero no lo conseguiría, esa era su noche, ella era el número uno.
Dos
Oveja 12 siempre recordaba aquel día como el más feliz. De hecho desde entonces su vida había cambiado por completo. Al poco tiempo se despidió de sus compañeras, entregó unos lujosos regalos a su amo y algo emocionada dejó el campo. Una mañana fría de noviembre desde el gran barco en el que viajaba pudo ver a lo lejos como entre la niebla se recortaba la silueta de la Gran Manzana. Había llegado a Nueva York. Tomó alojamiento en un costoso apartamento de un rascacielos desde donde contemplaba toda la ciudad.
Su día a día transcurría entre entrenamientos, entrevistas y fiestas junto a lo más selecto de la sociedad. A veces regresaba a casa acompañado, y disfrutaba de su juventud junto a alguna desenfadada muchacha. Él sabía cómo atraer su atención. Les hablaba de su triunfo aquella noche a miles de kilómetros de allí, de lo estresante que resultaba ser un personaje tan conocido, de todo el dinero que había ganado en la metrópolis, etc. Sin embargo aquellas citas no duraban más de dos o tres encuentros. El carácter de Oveja Doce ya no era el mismo y ahora sus cambios de humor eran constantes. Cuando profundizaba en alguna relación enseguida veía algún rasgo que se le antojaba vulgar o, en todo caso, inferior a su categoría y estatus. No le ocurría solo con las mujeres, también sus compañeros de profesión preferían mantener cierta distancia al relacionarse con Oveja 12 en cuanto se sentían ridiculizados o menospreciados por él.
De esa manera su círculo se fue reduciendo a unos pocos magnates de los negocios o amantes de las veladas nocturnas en alguna mansión de las afueras.
Los años y la vida descuidada le habían hecho alejarse poco a poco de las competiciones. A penas recibía invitaciones a participar en campeonatos menores o exhibiciones más espectaculares que deportivas. Por eso, cuando regresaba de alguna de ellas a su solitario apartamento se dirigía al mueble bar, sin tan siquiera quitarse el abrigo, donde nunca faltaba su güisqui favorito. A veces las botellas vacías se amontonaban en el armario. La criada tenía estrictas instrucciones de no acercarse a aquel mueble. Se suponía que una figura del deporte como él no podía tomar ni un trago. Pero no le importaba. Él había sido el número uno, y siempre lo sería.
Con el tiempo se percató de que ya nunca salía de casa, es más apenas se movía de su cuarto de estar, donde se sentaba en su sillón de cuero marrón y observaba la muchedumbre como hormiguitas que entraban y salían de los comercios y teatros de su céntrico barrio. Veía las calles iluminadas, ya debía de ser Navidad otra vez, y se quedaba dormido sin moverse ni para ir a la cama.
Así, medio en sueños, recordaba el cielo de su juventud, al verdor de los campos donde creció. Recordaba el rostro de aquella ovejita con la que pastaba de niño, las carreras que echaba junto a ella y se preguntaba qué habría sido de su vida si aún siguiese allí, en su pradera. Se habría casado con su ovejita, habrían tenido muchos corderillos a los que poder enseñar a distinguir las hierbas buenas de las indigestas. Habría vuelto a sentir el agradable olor a lana mojada cuando una tormenta le sorprendiera lejos de casa.
En esas noches de invierno maldecía su espíritu de ganador y lamentaba no haber saltado la valla como una oveja más, mirando al frente y con el único objetivo de volver cuanto antes junto a sus compañeras.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Encuentros

Aún le quedaban algunas horas sentado en aquel taburete. Miraba la pantalla, esta vez leía sobre Almodovar, ¡Qué grande! No sabía que había tenido un grupo. Ya veré en casa algún video.
Dos chicas le pidieron la llave de su habitación.
- ¿De dónde son ustedes?

- De España.
De un salto dejó el ordenador y se acercó. Les preguntó por su cine, por Madrid, por sus noches, por su música.
- Yo soy cantante, ¿saben? Bueno, soy amateur, pero toco la guitarra... en algún bar. - dijo con los ojos brillantes. Y sin presentación alguna comenzó a cantar "Un año de amor" con una voz aguda y cálida a la vez. Cantaba lento, recreándose en su pasión, queriéndose en ese papel. Se notaba en su expresión que no era uno más. Tan joven, tan guapo, clavadito a Chris Colfer.

Las chicas aplaudieron entusiasmadas. La recepción estaba vacía, pero era seguro que su voz había llegado a más de un turista que descansara después de un ajetreado día cámara en mano.


Se dieron un abrazo. Ellas se fueron a dormir, él volvió a su ordenador y su cabeza voló a aquel mundo de luces y risas que le esperaba algún día tras el mostrador.

martes, 9 de noviembre de 2010

Dédalo presente.

Proceloso extravío de la conciencia, abandonarse sin remedio ni hilo de seda,
reniega la senda de paso fácil y comparte tu sangre con la acacia, la zarza y el rosal.
Palabras e imágenes que rondan su cabeza contrastando con el frío asfalto sobre el que camina.
Otro día de trabajo en la gris oficina del piso siete.
No termina de despertar hasta que siente el tacto helado del cristal de la puerta giratoria,
con algo de suerte bastará con lánguidos ademanes en forma de saludo hasta recluirse en la soledad de su pequeño cubículo enmoquetado.
El ascensor lo eleva y ya está dentro, cuelga la gabardina en el quicio de la puerta y enciende el primer cigarro del día.
El olor a tabaco y la humedad le asquea, pero alivia la presión en el pecho, la ansiedad que hace tanto que se instaló en su centro.
Teclear, sacar verdades a los números, repetir, revisar, claudicar, resignarse...
Otra vez la mirada se pierde a través del cristal, está amaneciendo.
Y esa presión en el pecho, un café, otro cigarro...ya no se, me pierdo.
Háblame de mi tormento, mira, ¿lo ves?, está amaneciendo.
Que locura de vida, laberinto de rutinas, sin Ariadna estás vendido,
perdido sin remedio, no hay amor ni eres Teseo, pobre miserable
en un rincón te acabarás pudriendo, y tus despojos serán el alimento de cientos de congéneres hambrientos.
El café esta frío y amargo y me apesta el aliento.
¿Que hago?¿Qué hago? ya no puedo seguir fingiendo...

Ahí lo vemos, con la cabeza gacha parapetado en su rutinario tecleo.
Un hombre cualquiera que sufre como Prometeo, castigo de titanes a hombros de personas normales.
Colosos de antaño caminan por tu ciudad, mascando la ira y perdidos en una espiral.
Viven y soportan el peso con mansedad, sin saber que el único atisbo de felicidad reside en que no les pertenece la inmortalidad.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Boletus

En el plato de él apenas quedaba un rastro de aliño de huevas. En el plato de ella, unas setas salteadas, intactas, habían dejado de humear.
Él se afanaba rebañando un resto de aceite con el último pedazo de un bollo de pan. Ella se esforzaba en explicar algo de lo que -a juzgar por los impetuosos ademanes de cabeza- él debía estar ya convencido. La tercera vez que lanzó el tenedor contra su plato, le sujetó la muñeca clavándole los ojos.
- Parece que lo que te estoy diciendo te importa muy poco.
- ¿Qué dices, cariño? Eres lo que más me importa en esta vida. Tú y los niños, lo sabes-, dijo en un tono afectadamente lastimero.
- Ya no voy a pedirte más que lo demuestres. Quiero que nos separemos, y los niños vendrán conmigo-. Cogió su bolso y se marchó del restaurante ahogando la rabia, y haciendo inútiles todos los gestos con los que él trataba de mostrarse atribulado.
Esperó dos minutos, fuera a ser que ella regresara. Intercambió los platos, terminó las setas, pidió la cuenta e hizo una llamada de trabajo que se prolongó después de firmar el recibo del pago con tarjeta.

La actitud miserable de aquel tipo merecía toda mi atención (podía servirme para un relato…). Regresé a mi propia conversación cuando al fin se alejó hablando por el móvil.
- ¿Qué decías, cariño?
Pero no encontré respuesta en aquel plato de setas salteadas, intactas, que habían dejado de humear.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Antela

Las campanas de la ciudad sumergida en la laguna de Antela repican cada dos de Noviembre con sonido apagado por varios metros de agua turbia.
Los muertos se niegan a abandonar sus hogares y mantienen su rutina espectral en compañía del limo y de sapos bufadores.
Mariano Martiñá solía jugar con las raposas en la vega de Sandianes, ahora sube con esperanza las columnas más altas de Antioquía para captar los escasos rayos de sol que a medio día consiguen atravesar la barrera de agua y barro que hay sobre su cabeza.
Aurora Pernía tocaba el arpa con gran destreza y facilidad, competía en armonía con el tordo y el ruiseñor. Ahora su cuerpo es ingrávido y el arpa mohosa corta su sustancia etérea como si de humo obsesionado con la forma se tratase.
Aurora se ahoga en llanto y entona con nostalgia sus canciones, susurrando a caracolas abandonadas y a grises peces indiferentes.
Cuanto dolor anegado por la codicia guarda la laguna, los difuntos de Antela ya estaban fríos antes de la inundación, una cruz en sus frentes y esperando su oración.

domingo, 17 de octubre de 2010

Aparición

Tras el almuerzo y las copas cojo el autobús para ir al centro. Con mirada soñolienta observo las escenas sucederse, imágenes que parecen formar parte de un gran teatro navideño. Los personajes se mueven con rapidez, las luces de colores adornan cada escenario y la alegría aparente lo impregna todo.

Te imagino –nos imagino-, en uno de esos escenarios. Recuerdo cómo te conocí en el momento más inapropiado, tras un velo de alcohol como el que me nubla hoy. Recuerdo cómo te empeñaste en reaparecer en mi vida hasta que no pude entenderla sin tus embestidas por sorpresa, sin nuestras conversaciones interminables, sin tus arranques de ternura. Y luego te desvaneciste, y el mundo se tornó enorme y complicado, y yo me volví minúsculo. Después olvidé, pero hoy te empeñas obstinada en regresar a mis pensamientos. Solo a mis pensamientos. ¿Por qué no regresas por una vez entera, toda tú?

¡Basta de devaneos! Hay que bajarse y emprender la ardua tarea de paje del rey, será más fácil adormecido por la anestesia navideña. Alguien pronuncia mi nombre, ¿me llaman? No, debe de ser a otro. No a mí. Pero esa voz dulce y grave a la vez, esa voz de vino y melocotón la conozco. ¿De dónde sales? ¿Es posible que existan los milagros después de todo? Pero no debí desear. Me coges las manos, me tocas y me colocas al borde del precipicio. Soy una figurita balanceándose hacia delante y hacia atrás, con tanta fuerza me colocaste… Ahora tu dedo se aproxima y tiemblo, ¿qué harás con la figurita, aparecida?

sábado, 16 de octubre de 2010

La Amortajada

A pesar de la quietud y del frio gélido, nadie, excepto él, se había dado cuenta que Ana ya se había ido. Las conversaciones en torno a ella continuaban entre susurros más por costumbre que por congoja. En su lecho, Ana inmóvil, trataba de alcanzar los retazos de aquellos silenciosos diálogos. Quería seguir oyéndose nombrada por otros, quería seguir paseándose alegre en medio de su vida. Sin embargo, cada vez las voces se oían más lejanas. “No me quiero ir”, repetía inquieta sin poder mover los labios, “aún no”, volvía a gritar, pero su cuarto seguía sombrío y quieto acompasado sólo por los balbuceos indiferentes de los allí estaban.

De pronto, estremeciendo sus pálidas facciones, él entró en la habitación. Su rostro anunciaba la certeza de una ausencia irrevocable y desoladora. Los dolientes tomaron de súbito conciencia de la razón de su presencia ahí y se pronuncio un silencio interrumpido sólo por los cuidados pasos de él sobre la madera crujiente. Tembloroso se acercó al lecho y posó sus ojos anonadados sobre los de ella. Ana sintió de pronto que volvía a la vida, que sus mejillas se tornaban nuevamente rosadas, y que su aliento volvía a hacerse vapor en medio del frio. Inquieta, alargó su pequeña mano para hundirla y enredarla una vez más en las de él, él sin embargo, somnoliento y agotado, permanecía inmóvil y ajeno a sus esfuerzos.
Ya exhausto, y con la certeza de lo inevitable, tomó una bocanada de aire, y con temblorosa ternura fue cerrando uno a uno los fatigados párpados de Ana. Entre sollozos le susurraba que estuviera serena, que todo aquello era un mal sueño, que no temiera, que volvería con cada primavera a enredar sus manos en las de él y a decirle al oído ¿sabías que eres el amor de mi vida?

jueves, 30 de septiembre de 2010

(Esto no es un relato)

Anoche soñé con La Amortajada. Era una loca que iba por las calles en penumbra con su largo pelo negro y sus vaporosos ropajes al viento. Su cara estaba pálida y sus ojos alucinados mostraban una sombra azul alrededor. Podías verla ir y venir gritando en cada casa su nombre, siempre provocando escalofríos en quien la escuchara.

En una de esas casas, un grupo de amigos estaba reunido cuando llegó el grito de La Amortajada. En un televisor que había en la habitación aparecía ella en ese momento, pero en este caso no decía nada, se limitaba a introducir su mano en el pecho de los hombres que encontraba a su paso hasta atravesarles el corazón.

En un rincón, un recipiente lleno de brillantes, aunque pétreas, torrijas permanecía olvidado en total soledad.

jueves, 23 de septiembre de 2010

1ª Exposición Relatándonos. Picalagarto 22/09/10

Hace casi un año que este mundo nuestro cuenta con más y más pequeñas historias, algunas reales, otras fantásticas, cómicas o dramáticas (la mayoría). La pregunta es ¿realmente necesita el mundo más historias de amor, más descripciones cotidianas, más metáforas? Yo personalmente quiero creer que no está todo dicho ya, que queda mucho por experimentar al escribir o leer palabras nuevas. Que aparecerán nuevos paisajes, nuevos sentimientos nunca antes vividos por nadie, que vendrán grandes libros, los mejores, aún por escribir.
Y en Relatándonos tenemos los nuestros, hemos creado algo bonito, un contexto en el que enmarcarnos, unos ojos que prestan atención a lo que tenemos que decir, y hemos creado otra obra que trasciende el papel que es la nuestra como grupo, como amigos. Son muchos los buenos momentos que hemos pasado juntos. Hemos compartido cervezas (muchas) allá por Chile, hemos andado por el campo, atravesado valles (por lo menos uno) y abrazado árboles. Hemos pasado estupendos días de playa jugando al disco, a las palas, algunos quitándose el bañador o haciéndonos fotos a cual más ridícula. Hemos hecho un club de lectura, nuestro profe ha publicado un libro, etc. Por otra parte también ha habido malos momentos, unos más livianos como el misterioso caso de la mochila desaparecida y otros más graves como los vividos por alguno de los nuestros recientemente. Y lo que es más importante de todo, aún quedan planes, cosas por hacer, ganas de compartir más momentos: hacer una asociación, jugar al pádel, una barbacoa en el campo de Catherine, pasar unas noches en el desierto... y todo lo que se nos ocurra.
Todo esto se podría resumir en las sabias palabras del gran Julio Iglesias cuando dijo eso de: "Siempre hay por qué reir y por qué llorar. Al final las obras quedan, las gentes se van, otros que llegan las continuarán. La vida sigue igual."

La decisión de Bruno

La decisión de Bruno

El padre de Bruno quería que él tuviera los ojos de su madre, ella en cambio quería que tuviera el pelo rizado y una sonrisa honesta y sanadora. Pero Bruno y el destino tenían otros planes, el no tuvo los ojos de su madre ni el pelo ensortijado, le asustó la vida, los ruidos ensordecedores y los miedos comunes, y decidió no nacer, se quedo enjuto y quieto pidiéndole a su madre que le ayudara a volar al país de nunca jamás, desde ahí mira con los ojos de su madre y juega con una sonrisa que llena el aire de pompas de jabón.

La pérdida

La pérdida

Eva soñó que desde su vientre brotaba un gran árbol de ramas firmes y frutos rojos, y de su ombligo un arroyo de aguas mansas y peces de colores. Soñaba que durante el otoño se sentaba bajo el gran árbol y leía cuentos a los niños mientras las hojas caían suavemente sobre sus pies blancos y fríos.
Al amanecer, mientras una suave lluvia tocaba su ventana, Eva despertó con el olor a desinfección incrustándosele como una aguja sobre la piel. Su cuerpo entumecido yacía aún sobre la camilla con el vientre deshabitado, el corazón abatido y la mirada anhelante de otros sueños.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Una historia real

Las primeras horas que pasé en mi nueva vivienda las empleé en limpiar. Era un sábado de finales de julio y fui a llevar algunos paquetes y a acondicionarla un poco. Me gustaba mucho ese piso. Era bastante nuevo, estaba decorado en tonos cálidos y no parecía esconder nada desagradable. Atrás dejaba otro mucho más antiguo, con vecinos ruidosos y paredes de papel y una familia de cucarachas que se empeñaba en vivir conmigo sin contribuir al alquiler.

Detuve un momento mi tarea y empecé a caminar por la casa reconociendo cada uno de los detalles. Al llegar al dormitorio, me senté en la cama para volver a comprobar lo confortable que era. Acto seguido, sin ningún motivo salvo la curiosidad, me incliné y me asomé por debajo. ¿Pero, qué es eso?- exclamé aunque nadie pudiera contestarme. Ante mis ojos apareció un cubo azul con unas extrañas tiras anchas saliendo de su interior. Con gran aprensión, lo saqué de debajo de la cama y lo examiné. Albergaba lo que me pareció un gigantesco tubérculo con una especie de desniveles a lo largo de su superficie. Lo que sobresalía del recipiente eran las hojas del fruto, también enormes y de color amarillo pálido. Intenté sacarlo tirando de sus hojas, pero pesaba tanto que me quedé con ellas colgando en la mano sin conseguir mi objetivo. Así que me vi obligada a cogerlo directamente y entonces descubrí que unas horribles y larguísimas raíces le habían salido por el extremo. Chillando y corriendo todo lo que podía, llevé aquella cosa hasta la basura y conseguí deshacerme de ella. El cubo en cambio lo limpié y lo guardé, porque estando de alquiler, cualquier utensilio susceptible de servir en el futuro viene bien.

Estuve unos días preguntándome por qué habría dejado el antiguo inquilino, un joven aparejador creo, algo tan extraño debajo de la cama, cuando no había quedado absolutamente nada más suyo en la casa. Al final llegué a la conclusión de que se lo habían dado en su pueblo y, sin saber dónde guardarlo, y teniendo en cuenta las cosas tan raras que hacen los hombres, lo había escondido en el cuarto y había olvidado que estaba allí. Debía de ser alguna patata especial o vete tú a saber. Me quedé muy satisfecha con mi reflexión y cerré el caso.

Unos días después, vinieron mi madre y mi tía Amalia para ayudarme un poco con la mudanza. Cuando ellas se fueron, yo ya me sentía plenamente instalada en mi nuevo hogar. Su corta estancia había conferido a esas paredes, hasta entonces ajenas a mí, un débil pero decidido matiz de familiaridad. Así que el primer día que me encontré sola en casa me sentía rebosante de buenas vibraciones.

Había trabajado por la mañana y me había echado a descansar un rato después de comer. Tras el reposo, me disponía a arreglar algunas cosas, pues todavía quedaba que hacer ahora que ya no había nadie más en el piso. Me dispuse a barrer mi dormitorio y ¡oh, Dios mío!, ¿qué demonios era eso? Otra vez debajo de la cama, hacia el centro, había algo. Me metí debajo para verlo de cerca, porque no podía imaginar qué podía ser, pero cuando lo tuve delante de mis ojos todavía me quedé más asombrada. Era una especie de cebolla con una forma muy rara, alargada y estrecha, y estaba atada con un cordón de zapatilla de deporte a las tablas del somier. De modo que quedaba colgando y se balanceaba, como una verdadera cebolla ahorcada.

Me senté en el borde de la cama. Pero ¿dónde me había metido?, ¿qué clase de gente había vivido allí para tener el dormitorio lleno de cadáveres vegetales? ¿Y si todo esto respondía a algo en lo que no había pensado hasta ahora?, algo que ni había osado contemplar como posibilidad y que ahora me producía escalofríos. Allí sola en la quietud de la tarde de verano, con la atmósfera rojiza por el efecto de la luz al pasar por las cortinas, vinieron a mi mente palabras como vudú, brujería, sortilegios… Ya no estaba en mi nuevo y acogedor hogar, estaba en una casa desconocida, llena de misterios indescifrables que me amenazaban. Y lo pero es que no sabía cómo hacerles frente.

Al día siguiente, al comienzo de la jornada laboral, me encontraba un momento sola frente al ordenador y obviamente pensando en los recientes acontecimientos. Entonces tuve una idea, ¿por qué no buscar información en Internet?, ¿no se supone que está todo allí? Quizá encontrara algún ritual purificador contra bulbos malignos. Dicho y hecho, abrí el Google y comencé a escribir “cebolla debajo…”, pero cuál fue mi sorpresa al ver que el buscador ya sabía el resto de la frase, “…debajo de la cama”. Abrí el primer resultado con el corazón latiéndome agitadamente. Se trataba de un blog y alguien escribía “si pones una cebolla albarrana…”. En este punto, al ver que “cebolla albarrana” tenía un enlace, lo pinché y me llevó a una foto de la cebolla en cuestión. Era como la primera que descubrí, más lozana esta, con las hojas verdes en vez de amarillas pero igual de enorme y con la piel escalonada. Volví al texto comprendiendo que estaba a punto de desentrañar el misterio y seguí leyendo “si pones una cebolla albarrana debajo de la cama, a la altura de la pelvis, en tres días se desactivan las almorranas”.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Cierra los ojos

Hoy voy a llamarme Vladimir o voy a vestir túnicas de colores. Hoy me presento en tu casa con un ramo de flores rojas, pero cuando voy a llamar veo por el cristal luces inesperadas y cegadoras, ¿o acaso es mi propio reflejo? No lo entiendo, me doy la vuelta, pido un aplazamiento, una vez más, aún sabiendo que vendrá con recargo. Prefiero seguir soñando, soñar que sueño junto a la mezquita, que toco mi flauta, que una serpiente asciende ondulante. Me mira y sin dejar de bailar me dice “despierta de una vez”. Yo la beso y sonríe. Salgo corriendo, me tiendo en la arena caliente, pero aparecen las nubes, empieza a llover, miro al horizonte y sale un arcoíris en escala de grises. Es hermoso. Cierro los ojos, la azafata me trae una manta, aún queda mucho viaje, nada podría ir mejor.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Xoanón

Aquella tarde fría Xoanón recordaba esa otra, unos meses atrás, en que se desplomó inconsciente minutos antes del descanso del partido. Después, un hormigueo en los dedos de los pies, el dolor articular, el entumecimiento paulatino y el adiós a las carreras por la banda, a las fintas de fantasía y a la promesa de que pronto entrenaría con los del primer equipo.


Pensaba en ello, resignado, mientras ponía su nueva silla de ruedas rumbo al roscón de Reyes que la abuela le había servido en un plato. Al tercer intento logró trabar el pastel con el tenedor y cortar un pedazo que se llevó a la boca con torpeza. El pequeño objeto que asomaba entre la nata sobresaliente captó la atención de todos.


“¡La habichuela!”, gritó alborozada la abuela, presa de una risa que casi parecía un estertor. “¡Pide un deseo!”, le apremió su hermana.“…Te toca pagar, chaval”, pensó Xoanón para sí.


Una vez en la cama, se ayudó con los dedos de la mano derecha para plegar los de la izquierda en torno a la habichuela, apretándola todo lo fuerte de que era capaz. Cerró los ojos y tras concentrarse mucho, se atrevió a pronunciar su deseo.


“Quiero - volver - a jugar - al fútbol”.


§


Aún no se ha acostumbrado a su nueva posición en el campo, a su nueve en la camiseta, y ya es el goleador del equipo. Ha perfeccionado su golpeo de balón: un impacto seco y duro al que imprime un efecto diabólico, que hace inútil la reacción del portero rival. Ha cambiado sus carreras -tan profundas antes- por rápidos desplazamientos laterales o amagos en busca de un hueco entre los defensores contrarios.


Juega, pese a la rigidez de su cuello, pese a la esclerosis de la cadera y a la anquilosis de rodillas y tobillos: Su cuerpo es hierático como el de una escultura de la Grecia arcaica.


Xoanón cumple su deseo casi cada día. Es uno de los veintidós jugadores distribuidos en las ocho barras de una añeja y venerada mesa de futbolín.

lunes, 6 de septiembre de 2010

la dispareja

Ana y Juan llevan 10 años juntos. Ana se eleva con facilidad sobre las preocupaciones, construye mundos mientras apenas roza el suelo, le cuesta orientarse en el día y se esparce y vuela con premura por las noches. Juan clasifica y ordena con meticulosa pulcritud su vida y sus estantes. Elabora listas de obligaciones, quehaceres y placeres. Solo ansía y sueña aquello que ha sido comprobado. Ana ríe y llora a borbotones, es una pileta de emociones encontradas y abiertas. Huele y siente más de lo que ve y escucha. A Juan le cuesta la sonrisa, es taciturno. Por la noches, mientras Ana insomne sueña con los ojos abiertos y cerrados, Juan saca cuentas, elabora listas, resuelve formulas y planifica tareas.
Ambos habitan un pequeño mundo itinerante alejado de los torbellinos nocivos de los malos deseos y abierto de par en par a susurros venturosos y risas desatadas. Su casa esta poblada de ventanas grandes y blancas, por unas entran amigos cargados de risas, relatos y amores, por otras entran olores y sabores antiguos. Por las más grandes van saliendo los temores, los odios y los malos presagios.
Por las tardes, Ana y Juan se sientan en el portal de su hogar. Mientras Ana habla y reconstruye los sueños propios y mutuos, Juan la abraza, sonríe y se deja llevar sin planificación alguna por ese mar de buenos deseos y anhelos.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Abogado del diablo

Habían transcurrido casi dos años y como no podía haber sido de otra manera, Pemberley, aquel lugar tan imponente y maravilloso se había vuelto insufrible para Darcy

- Hola, hola, ya estamos aquí de nuevo – le saludó casi sin mirarle su querida suegra- Uff qué viaje más agotador, me parece que pronto tendremos que mudarnos más cerca porque unas señoras como nosotras no podemos estar todo el día de aquí para allá. Y esta niña… pero Mary deja ya de mirar ese libro y ayúdame con este vestido. Ay Dios mío cuándo encontraré un marido para ti. Fíjate en tu hermana, gracias a mis consejos, qué buenas posesiones tiene…

Darcy se dio medio vuelta, justo cuando aparecía Lizzy quien vio la cara de resignación de su marido. A pesar de sus esfuerzos por mantener lejos a su madre y hermanas, a excepción lógicamente de Jane, siempre se presentaban en el peor momento, y últimamente Darcy no estaba de humor…

- Hola, hijita. ¿Qué…?¿Has pensado lo de la fiesta que te comentaba en la carta que te envié?¿que todavía no la has recibido? Pero si la envié justo antes de salir..bueno, bueno, no importa. Tienes que pensar en tu hermana Mary. Pobrecita, ella no es tan guapa ni lista como vosotras. Tienes que pensar en ella. ¿Me lo prometes?

A Lizzy no le quedó más remedio que decirle que sí, aunque sabía cuál era la opinión de su marido, teniendo en cuenta que desde su boda se habían celebrado ya cuatro fiestas con la misma excusa. Para Darcy, Pemberley era su retiro, el lugar donde olvidarse de la gran ciudad y las gentes fatuas sin más aspiración que el chismorreo y la injuria.

Para colmo el Sr. Benet se encontraba delicado de salud y Lizzy cada vez iba con más frecuencia a visitarle. Al poco de haber marchado su famila, recibió una nota indicándole que su padre había empeorado.

- Voy a ver a mi padre. Está peor. ¿Vendrás esta vez?- le dijo a Darcy aquella noche.

- Pues si tan mal estaba no sé como su familia se marcha y le deja allí solo.

- Ese no es el tema y lo sabes. Desde que nos casamos tan sólo has ido una vez por Navidad y…

- Y es más que suficiente, teniendo en cuenta que ya ellos lo compensan con sus visitas

- Sabes que no es lo mismo.

- Evidentemente que no es lo mismo, y no estoy dispuesto a volver a ver a tu madre cuando no hace ni tres días que se marcharon de aquí.

- Yo no te digo nada cuando vienen tus amigos a cazar o te pasas varios días fuera

- ¿Que no dices nada…?

Últimamente se repetían con más frecuencia de lo habitual diálogos como éste y siempre terminaban igual, con Darcy marchándose. La verdad es que el carácter tan directo e independiente de Lizzy que le cautivó casi desde el primer instante, se le iba volviendo cada vez más insufrible, habiéndole dejado ya varias veces en evidencia ante sus conocidos. Darcy comenzaba a arrepentirse de su impetuosidad…

viernes, 13 de agosto de 2010

Comadres

-Buenos días Anastasia.

-Buenos días. ¿Qué, cómo estamos hoy?

-Ay hija, como siempre. Tardo menos en contarte lo que no me duele.

-A mí ahora me han sacado que tengo la urea alta, y ni siquiera sé lo que es.

-Ah, sí… Eso lo tenía Tere. Le había dado por comer tomates.

-¡Pero si yo no como tomates nunca! Solo cuando me hago ensaladas por la noche y cuando cocino pisto o carne con tomate. Bueno, y ahora en verano el gazpachito y el salmorejo. Pero vamos, que aparte de eso, nada de nada.

-Miento, no era de los tomates, creo que era por no tomar agua. Sí mujer, fue lo que le pasó a tu vecina Paula, y además si tomas mucho gazpacho empeoras.

-Ah, pues eso puede que sí, porque ahora es lo único que bebo. ¿Pero lo que le sacaron a la Paula no era acetona?

-¿Acetona?, ¿eso no es lo de las uñas?

-Sí, sí, y también del riñón.

-Pues no sé… Bueno, y ¿cómo está tu hijo?

-¿Qué hijo?

-El que vive en Alicante.

-Pero si yo no tengo ningún hijo en Alicante, yo solo tengo dos hijas.

-Ah, ¿y viven aquí?

-Una sí, la otra está en Albacete.

-Pues eso, ¿y cómo está?

-Bien, bien, a la pobre ahora le han sacado que tiene acetona.

-Tan joven… ¿y eso de qué?

-No lo tenemos claro, pero parece que es de comer tomates. Oye, ¿tú tenías hijos verdad?

-Sí, un chico, pero vive en Alicante.

-Es verdad, es que una ya tiene la cabeza…

-Uy, ¡a mí qué me vas a contar! Bueno, hasta otro rato. ¿O vas a la carne?

-No, voy al Guillermo, que se me han olvidado los tomates.

-Bueno, pues hasta luego Paquita.

-Anastasia.

-Eso, eso. ¡A seguir bien!

Pensamiento en noche de verano.

A Amanda le gusta entregarse al sol,
recrearse en su lánguido caminar
pisa descalza la húmeda roca,
despacito y atenta para no resbalar.
El sol, el algua y la sal
se disputan los pliegues perfectos
donde poderse mezclar
con el licor amargo que su piel destila
en la rutina animal.
Amanda desnuda, es su estado natural.
Y disfruto en mi lento despertar,
al ver su silueta dorada a lo lejos, difusa,
fundirse con el mar.

Usuario 25227726

Vengo cada día a esta biblioteca pública, leo la prensa y recorro sus anaqueles. Conozco cuántas ediciones de Rayuela sostienen, y que la que más veces falta de su sitio es la de Alfaguara. Se que Julio Verne lleva años acumulando polvo, que Stevenson se lee más en verano, y los ejemplares que se descatalogaron tras el último inventario de hace justo cinco meses. Vengo cada día, menos los miércoles, y algunos sábados, pero para las bibliotecarias soy el perfecto desconocido. Ni siquiera todas corresponden mi buenos días de cada mañana desde hace nueve años. Se limitan a recordarme litúrgicamente que recoja el resguardo de devolución. Y odio que lo hagan.

Sin embargo, ese tipo...

Otra vez ha vuelto a sacar libros sin presentar el carnet con la excusa de que viene del gimnasio. Ese tipo me enerva. Las conoce a todas y todas les saludan amistosamente y entre bromas, Cristina, Mamen, Catherine, Eloisa... Con sus canas se da un aire a Richard Gere pero tiene la hechura del Fary. Y las bibliotecarias incumplen el reglamento. IMPRESCINDIBLE PRESENTAR EL CARNET DE LECTOR PARA EL PRÉSTAMO BIBLIOTECARIO. Pero el cretino les lleva bombones en navidad. Es su salvoconducto para hacerlas prevaricar.

Hoy he vuelto, como cada día, a la Biblioteca. Llevo unos libros para devolver antes del día catorce, viernes, porque yo nunca prorrogo un préstamo, y tengo que sacar otros porque en la cárcel me voy a aburrir bastante. Porque esta semana sí voy a matarle. ¿Funcionará el préstamo interbibliotecario en la cárcel?. Lo haré entre los estantes de poesía –suelo tropezármelo allí- cuando ande hojeando algo con su pose de erudito. En la cárcel no habrá bibliotecarias que me ignoren. ¿Qué mayor satisfacción para un lector pertinaz que diñar entre sus libros?. Le pediré que me lo agradezca mientras agoniza... ja. Debo ser preciso, y no darle tiempo a reaccionar. Serán funcionarios de prisiones y sabrán de mi presencia porque no me quitarán ojo... Un corte limpio, sin ensañamiento, por Dios. Aunque me inquieta qué volúmenes estropeará con su sangre. Debo detenerme a averiguarlo antes de que se me lleven para poder reponerlos algún día. ¿El Afilador de cuchillos de Argullol? jajaja, ¿alguno de José Hierro?, jaja sería un sarc....

-....Señor, no olvide el resguardo de devolución.

The power of love

Cerró los ojos. Intentó poner la mente en blanco respirando lentamente.
"El amor mueve montañas" pensó.
Cuando abrió los ojos su enorme marido seguía roncando en el sofá.

jueves, 29 de julio de 2010

La vida sigue igual

Pixel, mi compañero de trabajo, recostó su cuerpo sobre su mesa alargándome una tarjeta:
- Toma María Giga, esta mañana en los cereales me ha salido un viaje al 3.518, ¿lo quieres? A mí no me quedan días libres.
- ¡Vaya, muchas gracias! Pero este año creo que pasaré las vacaciones aquí, está tan caro el futuro. Además tenemos que ahorrar. Estamos pensando en comprar un teletransportador nuevo. El viejo falla mucho, la última vez que lo cogimos para ir a la playa aparecimos tirados en un campo en medio de Albacete, un horror.
- Pues es una pena chica, creo que en ese siglo la producción de toallas es de muy buena calidad, te pensaba encargar una de baño y otra de lavabo.
- Bueno, otra vez será.

miércoles, 21 de julio de 2010

VOLAR

Un avión siempre me lleva a otro mundo, no real sino interior. Un viaje en el cielo despierta viejos recuerdos: de infancia, cuando veía las nubes algodón de crema batida en la que se podía nadar o correr encima; de juventud, cuando escapando conocía algo de mí y hacía que los demás se preocuparan; de adulta, refrescando la mente con nuevo aire después de días, meses y años de peligrosa, insidiosa y corroente rutina.
El cielo siempre ha sido un refugio; sólo con mirarlo el hombre se siente aliviado. Con los pies en el barro siempre quedan las estrellas a las que sonreir. Y en el cielo el alma se espande, los miedos se van y los sueños regresan, volando.

domingo, 18 de julio de 2010

Relatos

PUERTAS
Cerró con fuerza la puerta al salir de casa y asustó a  unos pájaros que escaparon hacia el cielo. Deseaba lluvia y de nuevo el sol brillaba.
“Otra vez este apático sol”, pensó con irritación mientras se arrastraba hacia su coche.
“Otro día de trabajo, atasco y tediosa rutina...”.
Abrió la puerta, insertó la llave y puso en marcha el motor. Antes de arrancar salió para quitar un papel atrapado en el limpiaparabrisas, y lo tiró al suelo con indiferencia sin mirar su contenido. Salió disparada hacia su monótono día y el papel siguió rodando en el asfalto caliente.
Decía: “Siempre te querría, mi vida”. 
DETALLES
Paseaba por las calles de París, sola, sin rumbo, con el único objetivo de aliviar los pensamientos que no le dejaban descansar, daba igual si con la fresca caricia del viento o el placer de una buena copa de Sauvignon. Los bares le parecían cuevas de desesperados, las personas maniquíes sin personalidad ni conciencia. Tres chicas pasaron a su lado con prisa, el sonido de sus tacones en la acera y sus frívolas carcajadas amplificaron el eco de su tristeza. Iba por una calle que estaba en obras, arena en la vía y en la acera, y empezó a escuchar un sonido placentero. Mientras avanzaba se percató de una niña de unos doce años, que paseaba sola en el borde de la acera, como un escalón por encima de la banalidad. Aceleró el paso y la superó. La miró de reojo y vio que tocaba una flauta. Sonrió.