miércoles, 30 de junio de 2010

Desierto horizonte

Declinaba el día y en el ocaso, se vislumbraba rotunda aquella línea inmutable donde se proyectaban nuestras vidas, donde la mirada cobraba sentido, donde se perdía la batalla contra el tiempo.
Llegaba la noche, que en su oscuro silencio envolvía las almas de los débiles, robaba los sueños de los derrotados.
Tan sólo los jóvenes, ciegos de esperanza, sostenían impasibles los ojos sobre la llanura. Los viejos, acechados por otro horizonte, confiaban en la promesa de un nuevo amanecer.

El desierto de los Tártaros (y me dio el siroco)

Hay quienes se recluyen entre cuatro paredes y sueñan con gestas heroicas. Cada día, un mismo despertar de un mismo sueño.
Hay quienes, recluidos, inventan novelas de caballería, cartas de amor o nanas de cebolla. La libertad es un acto estrictamente individual.

Frío

Desnudo en la fría sala
observo correrse la tinta de mis últimos versos.
Lluvia incesante, moja lo mojado,
arruga la piel y entumece mi alma ajada.
A veces en compañía de la pena,
hilo sombras en forma de mujer,
con las que solo consigo conversar en llantos.
Desnudo en la fría sala
observo cómo el agua recorre mi grisácea piel
y entono al son de la desesperación
canciones que susurro
a los rincones encharcados.

domingo, 27 de junio de 2010

Su fortaleza personal

No admite su miedo pero rechaza la esperanza, rechaza la ilusión para evitar el dolor y el sufrimiento. Y se atrinchera en su refugio, en la oscuridad de su dormitorio, en la bondad de sus sábanas calientes, en el silencio que nunca la hará llorar.

lunes, 21 de junio de 2010

Diario de mis días en la fortaleza.

Esta noche he oído al agua cantar.

domingo, 20 de junio de 2010

Por ellos

Laura, deliciosamente deprimente...

Me acerco y anoto sus nombres. Uno debajo de otro. Con pulcritud y cierta ceremonia. Es parte de mi trabajo y es todo lo que puedo ofrecerle a ese puñado de infelices. No tenían nada... tan sólo un nombre.

domingo, 13 de junio de 2010

Cuaderno de Bitácora: El Torcal de Antequera

Los rebeldes esperan como castigo una hora para partir.
Un descampado de gasolinera es sugerido como marco perfecto para retratarnos.
Nos vamos turnando el papel de mascota perruna en el coche del bello durmiente.
Una mochila desaparece misteriosamente en un paisaje marciano. Nos sentimos todos desfraudados de la raza humana. Pero ahora comprendemos mejor a Pocholo.
Un bandolero nos sirve buenos manjares. Una prueba más de que la pluma vence a la espada. La chica del país vecino se atreve a desafiarle: "o dejas ya de dar tantas vueltas o te bailamos unas sevillanas".
En el calor del licor sin alcohol una muchacha habla consigo misma probablemente a causa de su estado: "No sé qué del programa que ve tu madre, cómo se llama. Se llama copla" se contesta a sí misma.
Cantamos canciones infantiles en el coche pero el mochilero no se anima. Normal, lo hacemos muy mal.
Queremos ver lobos en un paraje propicio para esconder al Equipo A y nos dan gato por liebre.
Volvemos sanos y salvos pensando en nuestra próxima aventura.

viernes, 4 de junio de 2010

El silencioso adios

La culpa le habló una noche desde la ultratumba del pasado:
- ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo te atreves a soñar con unos ojos nuevos? ¿Acaso olvidas que los dejarías ciegos con la lanza de tus errores?
Ella despertó de golpe. Los ecos de aquella voz todavía resonaban en la habitación. Asintió en silencio, pensando en los cuerpos ya sin rostro a los que había fallado. Cerró los ojos y soltó la mano del fantasma de ese posible amor que dormía a su lado.

jueves, 3 de junio de 2010

La despedida

Miró a todos a su alrededor, se humedecio un poco los resecos labios y esbozo una sonrisa apenas visible. Ya no le quedaba más tiempo, y ya no quería o no podía decir nada más. Desde su lecho observo con ternura la ventana que daba a la pequeña plaza cerca de su hogar, si se concentraba podía oler aun las baguettes de la panadería y oír el melodico acordeón del pequeno bar de la esquina. Ya que estaba cerca decidió ir hasta su casa por ultima vez. Empujó la pesada puerta que daba al antiguo patio de piedras desde donde, desde hace más de 30 años, la llamaban a voces los amigos y vecinos. Acaricio las acabadas puertas de vitroux, que cada manana, a las 9 en punto, inundaban con sus colores las viejas y deslucidas escaleras del lugar.

Subió con mesurada calma a su viejo y amado piso, entrelazandose sus quejidos y dolores con los de la antigua escalera. Recorrió por última vez sus libros y las fotos sobre la chimenea. Se sirvió un té y se sento como cada tarde a contemplar por la ventana de la cocina como salían alegremente los niños de la escuela. Fue a su cuarto y abrió la pequeña ventana para que entrara algo de luz. Se detuvo frente al deslucido cuadro de su país, el retrato de las escaleras y ascensores que poblaban el puerto de su infancia, y recordó el mar y sus sabores.

Respiró hondo, se detuvo en medio de la sala y dijo: "Ya es hora, ya me voy”. Cogió su boina, su largo abrigo azul, el libro aun sin terminar y bajó con cuidado las escaleras. Coloco el pesado llavero a los pies de la entrada, abrió la pesada puerta y caminó rauda hasta perderse entre las sinuosas callejuelas.