martes, 16 de marzo de 2010

tsunami

Al igual que los demás, cuando sonó la alarma Ana se levantó de un brinco de la cama. Sobresaltada se percató que el piqueteo insistente del mar, que marcaba los ciclos del pueblo, había sido reemplazado por un silencio agudo en el cual sólo se escuchaba el clic clac a destiempo del reloj antiguo del salón. Ella sabía lo que significaba, pero no alcanzó a reaccionar; cuando se recuperó horas más tarde, sofocada por el sol y el lodo, su mirada contempló enmudecida el campanario torcido de la Iglesia, cuyo resplandor de metal iluminaba como el primer acto de una funesta obra miles de cuerpos y casas desgajados a lo largo de la playa.

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