miércoles, 12 de octubre de 2011

Ciudad espectral

Nunca lograban ver la luz del sol, ni sentir su calor acariciándoles. Vivían en una bruma persistente. Las emanaciones que provenían de la fábrica provocaban una densa niebla que lo abarcaba todo. A veces se colocaba encima de las casas, como si fuera una gigantesca carpa cenicienta, otras veces caminaba entre las calles acompañándolos adonde fueran. Y también se metía en sus entrañas. Parecían muertos en vida yendo de un lado a otro con ese ritmo constante, lento pero obstinado, que era el único aliento que les quedaba del empeño humano por sobrevivir. En ocasiones intercambiaban algunas palabras. Hablaban del trabajo, de alguna novedad sorprendente que hubiera tenido lugar, como un nacimiento, y muy de tarde en tarde recordaban tiempos mejores, cuando se oían risas en el pueblo y la gente tenía ilusiones. Pero esto cada vez tardaba más en ocurrir, además la mayoría ni siquiera había conocido esos otros tiempos.

Inesperadamente un día las cosas cambiaron. Cerraron la fábrica y lentamente se fue retirando su capa gris de encima de la ciudad. Entonces la gente miraba al cielo con la boca abierta, intentando enfrentar aquel torrente de luz que no entendían. Muchos murieron. Sus sentidos no pudieron soportar tal sobreexcitación. Otros se fueron a algún pueblo cercano, buscando fábricas como la suya con la excusa de encontrar trabajo. Solo unos pocos se quedaron, espíritus todavía jóvenes que, con más o menos años, conservaban la capacidad de mirar a la luz de frente. Y la antigua fábrica permaneció en el olvido.

1 comentario:

  1. Me he apuntado lo de explicar mejor lo que ocurre como dijo Caro, pero por ahora no soy capaz de intentarlo. Colgad también los demás textos porfis, que en los correos se pierden.

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