La angustia repartida por las almas,
un humo negro que empaña los rostros.
La certeza del fin, el silencio,
la supuesta ignorancia.
Arrastramos los pies por los días
bajo el sol o la lluvia, solos, mecánicos.
Como un rayo cruzamos a veces
la mirada cómplice con otro,
que nos comprende y acuna con sus ojos.
El niño a lo lejos, que se mira de lado subiendo al columpio.
También él sonríe con la mueca torcida,
no sabe, pero presiente de alguna manera
la noche más larga que le espera.
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