martes, 31 de mayo de 2011

Salvación

          No puedo creer que Sibila haya muerto, no lo entiendo, lo hemos pasado bien juntos, era una chica guapa, ojos grandes claros, pelo trenzado con aquel lazo tan vistoso y esos vestidos que sugerían todo lo que un hombre puede desear. Llego el día en que fuí a conocer a sus padres, me recibieron con toda la amabilidad de que fueron capaces y me quisieron como un joven de buena educación que haría feliz a su hija. Pero yo no puedo casarme , odio el compromiso y menos para toda la vida, lo único importante , como dice Henry, son la juventud y la belleza, lo que yo tengo y siempre tendré. No tuve más remedio que escribirle aquella carta, le dije que la quería pero que rompía mi promesa de matrimonio, nunca pensé que se suicidaría , ¡qué estúpida!, siempre la maldita moral que no lleva a ninguna parte, siempre los comportamientos idóneos que dictan las normas, los placeres que la sociedad establece como buenos, las vidas cuadriculadas donde todo está establecido desde el nacimiento a la muerte. No, eso no era la vida, o al menos no para mí, una vida así no merece la pena ser vivida. Yo no puedo renunciar a los placeres prohibidos, a disfrutar de todas las mujeres que aprecian el goce lo mismo que yo, e incluso también ¿por qué no?, algún que otro hombre, en la variación está el gusto. Aún recuerdo al joven que me presentaron unos amigos en aquella fiesta, con solo una mirada  bastó para quedar cautivado, nos besamos apasionadamente en el jardín, sus rasgos me recordaba los de Apolo, y como el dios griego fue un amante maravilloso, pero descubrió mi secreto más inconfesable y tuve que sacrificarlo. Lo metí en un baúl y lo arrojé al Támesis, allí disfruta ahora el merecido descanso, unas vacaciones bajo el agua.
          El otro día en el puerto un vagabundo intentó robarme , me puso la pistola en el cuello y empezó a buscarme en los bolsillos , su rostro cambió cuando me miró a los ojos, a las puertas de mi alma ,  un pavor dejo paso a la altanería inicial, su mirada reflejaba auténtico miedo y gotas de sudor corrían por su frente. Se quitó la gorra que llevaba puesta y lentamente fue bajando la pistola hasta que una apresurada carrera lo quitó de mi vista. Entonces sentí el poder , la fuerza que me otorgaba todo el mal que había dentro de mí . Me apresuré a meter la mano en el compartimento de la chaqueta que guardaba aquella llave, símbolo de lo que nunca podía perder ni mostrar a nadie.
          Inesperadamente recibí la visita de Basil, se extrañó de que su obra no estuviera en el sitio de siempre, me excusé diciéndole que estaban poniéndole un nuevo marco. Siempre la consideró  su mejor creación y yo un día lejano también me sentí orgulloso de ella. Nunca pensé que el  deseo que pedí al pie de ese cuadro se cumpliría , ahora ya no puedo mirarlo, sólo el pensarlo me estremece. Sé que no salvaré mi alma, pero tengo que salvarla a ella. He hecho las cosas más horribles que podían darse en este mundo, los crímenes más espeluznantes, las manipulaciones más horribles, sin que en mi rostro asomase la mínima expresión de culpabilidad, de compasión por alguien, no he tenido nunca un sentimiento de angustia o de remordimiento por todo el mal que he causado a los demás, a todos los seres que he destruido sin que se acelerase mi corazón en una extrasístole . Pero no puedo envenenar también a Marian, tiene que apartarse de mí por su bien, yo soy lo peor que podría escoger, supongo que desistirá cuando por fin le muestre ese maldito retrato.

1 comentario:

  1. Me gusta el monólogo interior del personaje, cómo resume su vida en cada frase. Me transmite intensidad, fatiga existencial, remordimiento, y, a la vez, un poco de orgullo, por lo que -a pesar de negarse a reconocer-, es capaz de hacer.
    Como Dorian Gray, lo que hacemos por nuestros deseos, nos recuerda continuamente, lo que hemos sacrificado y no hemos hecho; una cosa por otra, ese es el precio. Nunca lo tenemos todo. Felicidades, María Luisa.

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