martes, 31 de mayo de 2011

Obsesión

El sonido de una sirena se abría paso por la ronda de circunvalación hacía una urbanización particular situada en las afueras de la ciudad. Al entrar en la calle que les habían indicado, los conductores de la ambulancia quitaron la alarma. Ante una reja situada sobre la mitad de la acera, algunos vecinos charlaban dirigiendo miradas interrogantes a un individuo que se encontraba esposado ante un coche de policía .Era alto, moreno, vestía un chándal deportivo, con zapatillas de estar por casa, pero lo que más destacaba era la expresión de unos ojos enajenados que, sólo se veían cuando levantaba la cabeza de vez en cuando, sin intención ni ademán de mirar a nadie. Se diría que era un individuo acomplejado, tímido, que le gustaba sobre todo pasar desapercibido y que, lo que menos deseaba en aquellos momentos, era el juicio ajeno que lo hacía sentirse cada vez más vulnerable.
          Los camilleros entraron en la casa y salieron a los pocos minutos con una mujer inconsciente a la que acompañaba una señora mayor que no paraba de llorar y que subió también a la ambulancia.

          Plof!! Plof!!  En mi cerebro resonaba el eco de una gota al caer. No sabía dónde estaba. Todo era oscuro. Noté que mis pulmones respiraban a intervalos regulares. Un fluido de aire entraba y salía de ellos cada cierto tiempo. Intenté mover un   dedo, pero las fuerzas no me respondían. También en vano procuré abrir los ojos, pero los párpados me pesaban como si sobre ellos se cerrasen dos puertas de cámaras acorazadas. Dos personas hablaban en susurros. Al acercarse a mí, oí una conversación entre ellos, no reconocí sus voces :
          —Le ha faltado poco, casi la mata. Menos mal que no le dio el tiro en el lado derecho, podía haberle interesado el páncreas, el hígado o cualquier otro órgano vital.
          —Parece ser que era vigilante, un tipo de lo más normal según los compañeros de trabajo. Los vecinos han declarado que nunca se les había oído discutir hasta ayer, cuando oyeron el disparo llamaron enseguida a la policía.
          —Si hubiera querido matarla, lo hubiera hecho. Los vigilantes tienen licencia de armas y saben usarlas.
          —Quería emplear la llamada que le dejan hacer en comisaría para preguntar por ella.
          —Se habrá venido abajo y ahora se dará cuenta de lo que ha hecho.
         —El abogado ha intentado sacarlo bajo fianza, no tiene antecedentes penales además de una impecable hoja de servicios.
          Intenté hablar, pero no pude. Mi garganta era incapaz de emitir ningún sonido, aunque la frase iba ganando terreno poco a poco en mi cerebro: ¡¡Estoy viva!! Ante mis ojos apareció su imagen. Empuñaba la pistola, la mano le temblaba como si estuviera muy nervioso, daba pasos tambaleándose, había bebido, la botella de bourbon estaba casi vacía sobre la mesa del sofá. Me dio miedo, en su cara había una mueca parecida a una sonrisa que, acto seguido daba paso a una mirada de rabia  en la que yo me veía como la causante de toda su infelicidad. Hablaba a gritos dándole vueltas  a la misma idea,” ¿Con quién estás?”, “¿De dónde vienes a estas horas?”, “¿Crees que soy tonto?”. Intente inútilmente hacerle entrar en razón, me disculpé por no haberle llamado, el móvil no tenía batería y es verdad que era un poco tarde, pero él no escuchaba, se reía cuando yo hablaba. Me acerqué para persuadirlo de que se acostara. Mañana veríamos las cosas con más tranquilidad. Llevaba varias semanas pensando que mi relación con él se había deteriorado, cuando llegaba a casa lo veía absorto en la televisión, apenas hablaba, suponía que me veía feliz con el trabajo y no lo había encajado, él nunca hablaba del suyo y cuando lo hacía era para quejarse. Nunca quiso ser vigilante, se puso a trabajar porque su padre se quedó inválido, un tractor le cogió una pierna y la pensión no daba para vivir, sus sueños de ir a la universidad y conseguir un puesto como el mío se fueron a pique. ¡Esa era la clave!, los celos, primero profesionales y después aquella idea fija que se abrió poco a poco en su mente de que lo iba a dejar. Era la pescadilla que se muerde la cola: él pensaba que yo prefería el trabajo a él, se ofuscaba con la idea, se empezó a encerrar en sí mismo, a lamerse la herida , a ponerme esa mirada de perro apaleado cuando llegaba del despacho y yo , inconscientemente, tampoco sabía cómo tratarlo, todas las conversaciones terminaban con indirectas y si intentaba contarle algo de mis compañeras o compañeros, respondía de forma susceptible, por supuesto a él no le pasaba nada cuando le reprochaba su actitud. La situación para mí se fue volviendo cada día más desagradable hasta que prefería ducharme y meterme pronto en la cama para evitar hablar con él o empecé a llegar más tarde del trabajo con la esperanza de encontrármelo acostado. La gota que colmó el vaso se produjo el mes pasado cuando sacó el tema de las vacaciones, había reservado un crucero por las islas griegas en una fecha en que yo había pensado pasar unos días en París. La empresa nos pagaba un viaje a dos personas para hacer un curso, era sólo una semana, después podríamos ir a otro sitio. Entonces empecé a observar que me espiaba, descolgaba el teléfono del cuarto para escuchar mis conversaciones, leía mis correos electrónicos y terminó convirtiéndose en un completo desconocido, él mismo que ayer noche repetía continuamente:” Esto se va a acabar”, “Esto se va a acabar”, antes de oír aquel ruido sordo , aquella punzada en el costado, el liquido pegajoso saliendo y yo apretándome aquel orificio con la mano. El miedo me hacía desear la muerte, todo antes que pasar grandes dolores mientras me desangraba. Me desmayé, fue lo mejor que me pudo pasar, y ahora despierto en esta sala de hospital sin poder creerme del todo lo que ha pasado, pero sintiéndome culpable por no poder aborrecerlo, porque en vez de odiarlo a él siento odio por mí misma.

1 comentario:

  1. Me gusta en general, pero la primera parte, la descripción del hombre esposado tiene un tono diferente que el resto del escrito. Abogaría por una descripción más objetiva, como una noticia. El narrador parece querer opinar sobre lo que se ve, pero no sé si quiere quedarse fuera de la acción o no. No lo veo claro.
    Más adelante, cuando el personaje femenino aparece, su pensamiento, su sentimiento, su autorecriminación final, su vergüenza a sí misma, por no ser capaz de sentir lo que quiere sentir, me parecen muy intensos. Aunque haría más corta esta parte, concentraría la intensidad, como si alguien en su estado viese en un golpe de vista, en pocas líneas, toda la historia claramente: lo que pasó, lo que sintió, lo que le dijo, lo que habría pasado, y lo que finalmente sucedió.

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