martes, 20 de abril de 2010

Orgullo y prejuicio (y zombies)

ORGULLO Y PREJUICIO. O CUANDO LA NOVELA ROSA SE ENCARNA.
Profesor Constantin Pilgrim. Universidad de Berkeley.


Con una apelación al deber sacramental que atañe a cualquier varón con posibles. Así comienza la obra cumbre de Jane Austen (Steventon, 1775 – Winchester, 1817) quien mucho se cuidó de no seguir para sí esta proclama, sabedora de que esta institución supondría un serio obstáculo al desenvolvimiento de su apabullante apetito carnal

En efecto, la biografía de la escritora de Hampshire está jalonada por una feroz resistencia al matrimonio. Actitud que en modo alguno –y menos en su caso- debe equipararse a castidad. Muy al contrario, y pese a los aparentes recatos de la sociedad victoriana, Austen hace gala en sus misivas de una promiscuidad exacerbada, orgullosa y exenta de prejuicios morales.

Pero no hay que acudir a su correspondencia privada para encontrar las evidencias de su principal pasatiempo -por encima, incluso, de la literatura-. El relato de Austen está salpicado de picantes juegos de palabras, guiños sexuales y dobles (y triples) sentidos que, ocultos para las más mojigatas de la corte victoriana, hacían las delicias de sus representantes más despabiladas.

Sin ánimo exhaustivo, Yorker (1) señala algunas referencias sexuales más o menos explícitas (en incluso episodios de esclavismo sexual) en los personajes femeninos de Orgullo y Prejuicio:

-“¿Cuál es el precio habitual del segundo hijo de un conde?”-. Capítulo XXXIII

-“Un consuelo excelente dentro de lo que cabe, dijo Elizabeth, pero a nosotras no nos sirve"- (sic). Capítulo XXV.

-“Durante el tête à tête de un cuarto de hora con la Señora Bennet antes del desayuno (…) entre sonrisas de gran complacencia y general aliento le hizo una confidencia al joven clérigo acerca de aquella misma Jane en la que el Señor Collins había fijado sus esperanzas”- Capítulo XV.

-"Elizabeth le rogó con gran ardor que no perdiera más tiempo"- Capítulo IL.

Pero también los personajes masculinos se muestran revestidos de un halo de lascivia (in)contenida. Señala Yorker en su ensayo que bajo el deseo del Señor Collins de conseguir esposa subyace una idea mucho menos pacata: cansado de someterse al ánimo voluble de lady Catherine de Bourgh, ahora su mayor anhelo es ser desposado, no en el sentido nupcial, precisamente, sino en el del consabido rito sadomasoquista en el que la hembra-opresora sólo libera al varón-rehén hasta haberle infligido indecibles padecimientos.

Siguiendo el mismo ejemplo, es muy significativa la ligereza con la que el reverendo establece su preferencia carnal de una a otra de las jóvenes hermanas Bennet en la misma entrevista con la madre de ambas (capítulo XV). Bajo el foco del lector sagaz lo que se alumbra es el afán de procurarse una relación triangular e incestuosa.

No en vano, se ha afirmado que Austen es el máximo exponente de la llamada “paradoja anglo-hispana”: la contención sexual, que en la literatura española conduce al drama y a la tragedia, en la tradición británica termina desatándose con verdadero libertinaje (3).

Vemos, pues, con Yorker, que las claves de esta relectura no son del todo originales, si bien la efectuada en 2007 por Grahame-Smith (4) sí aporta una nueva dimensión al universo austeniano, oculta durante los casi dos siglos que nos separan desde la primera publicación de la obra.

Aunque de forma sutil, en Orgullo y Prejuico (1813) -como después en La Abadía de Northanger (1818)- se adivina un gusto necrófilo en algunos de sus protagonistas, vistos -hasta el estertor del s XX- como paradigmas del amor romántico.

Así, desde el comienzo de la novela conocemos que el joven Señor Bingley se afinca en Netherfield Park (4). El nombre escogido no es inocente: se trata de una alusión directa a las fosas comunes que existieran en las tierras sobre los que luego se edificaron suntuosas casa de campo de estilo victoriano. En efecto, es sabido que a lo largo de la campiña inglesa fueron enterrados vivos decenas de hombres y mujeres acusados de realizar prácticas sacrílegas, gozar con el bestialismo y ejercer la brujería (5). La rehabilitación de estos espacios, y el otorgamiento de muchos beneficios eclesiásticos se explican como una maniobra para echar tierra a la vergonzante intrahistoria religiosa británica.


Con todo ello no es casual que Grahame-Smith (New York, 1976) se sirva de la novela de Austen para situar su particular festín de vísceras y hemoglobina en el que cobra verismo la hipótesis de que la fuerte secreción de estrógenos de la segunda hija de los Bennet sea percibida por criaturas de ultratumba que, confinados y condenados a una purga de abstinencia ab-aeternum, emergen de las profundidades, confabulados para reincidir en sus prácticas pecaminosas de antaño.

Hay que decir que Grahame-Smith se erige en su obra como un perfecto conocedor de los resortes del diálogo, y que en nada desmerecen los de su obra con la inteligencia que rezuman las disputas dialécticas con que la escritora dieciochesca impulsa sus novelas. Tan es así que los expertos ya sitúan entre las piezas clásicas de la literatura universal aquella conversación que mantienen el Sr Darcy, ya completamente transmutado en un ser de ultratumba, y la Srta. Elizabeth (Lizzy), que acaba de sufrir la dentellada del zombilord inglés dejando al descubierto parte de su estructura ósea.

- ¡Mi brazo! ¡Dios mio! ¡Se está cangrenando, hijo de puta! ¡Mira lo que has hecho!
- Ahhhh, aaaah gorrlr
- ¡Cabrón, hijo de puta!... ¡ Zombie de mierda!
- Sshhhzzz pppurrr aaaaj

Este breve extracto (6) es el máximo exponente de la literatura zómbica, caracterizada por el esfuerzo permanente en lograr una fiel transcripción fonética del arquetípico sonido gutural de los muertos vivientes.

La secreción hormonal como causa de la reacción carnal, clave de bóveda de la obra de una mujer, escritora, del siglo XVIII. Y secreción hormonal como causa de la resurrección carnal, leit motiv de la obra de un hombre (genio), escritor, del siglo XXI. Génesis y apocalípsis, alfa y omega sucediéndose sin solución de continuidad. Giros de tuerca freudianos como trasunto de una epítome cósmica (7).


(1) J. D. YORKER. Pride and prejuice. Deconstructing a few evidences of the Austen´s Sexual world. Cambridge. 1993.
(2) SETH GRAHAME-SMITH. Pride and prejudice and zombies. Quirkbooks 2009.
(3 GIBSON, IAN. “Sensualidad y sexualidad en el segundo y tercer Lorca”. Instituto Andaluz de la Mujer. Junta de Andalucía 2003.
(4) Nota del T. Una traducción literal de Nether-field Park sería “campo de las profundidades”.
(5) "De divinis iustitia - de humanis pecatum”" Anglican archives in St Michael’s Church, Southamptom.
(6) En enero de 2010, Grahame-Smith salió al paso de una grave acusación de plagio admitiendo en su obra “influencias del mejor Salinger, pero en modo alguno plagio de varios de sus pasajes literarios”.
(7) The zombies. She’s not there. Decca. 1964.

4 comentarios:

  1. Qué fuerte me parece todo! No estoy nada de acuerdo, pobre Jane Austen.

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  2. Todo un ensayista!! Muy bueno. Contra lo que se pueda pensar, a veces, los momentos de inspiración e ida de olla son compatibles. Como te comenté... el tono burlesco me gusta mucho.

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  3. Jejeje, me harté de reir, Javi, muy bueno, pero no eres el primero en notar esos mensajes entre líneas:

    http://www.pemberley.com/janeinfo/ppv2n39.html#harrington

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