miércoles, 26 de enero de 2011

Años…

Mientras limpiaba los rezagos de la reunión Ana se vio en el espejo del salón y sintió los años clavándosele en el cuerpo y las ansias. Llevaba el miedo amarrado a su boca, delineado en los ojos y anudado a sus pies. Cada nueva celebración anual era un ritual recordatorio de las palabras no dichas y un manto que cubría de pesar su soledad.
Mientras las velas de su trigésimo cumpleaños yacían en el cajón de la pulcra cocina, se sentó taciturna en el portal. La primavera había llegado con todos sus aromas, y mientras el azahar del jardín se le incrustaba en los pliegues de su estomago, se prometió una vez más que ese año desataría por fin los nudos que le tenían anclada el alma y no la dejaban respirar.
Un poco más lejos de ahí, Javier regaba el jardín con el aroma fresco de Ana dibujado aún en sus manos. Una vez más surgía en él el renovado anhelo de que el destino le regale otro año más para soñar de nuevo con su olor a jazmín y poder contemplar de reojo sus ojos melancólicos y su risa replegada.
Mientras el agua discurría por entre las buganvilias Javier se prometió una vez más, como lo hacía desde hace ya diez años, que esta vez se arrancaría por fin sus miedos y como un pozo recién descubierto abriría a borbotones sus anhelos acorralados y colmaría a Ana de suspiros y risas coloridas.

3 comentarios:

  1. Muy bien contado, Rosy. Dibujas una situación de pareja muy frecuente: las promesas que nos hacemos y que no nos concedemos el derecho de cumplir.

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  2. Los tesoros sólo son en función de que puedan ser disfrutados, enterrados bajo tierra o bajo los miedos del alma no valen nada y, además, pesan mucho. Es un fracaso del espíritu que ¡oh, paradoja! lo expresas con bellas palabras. Quizá por eso alcancen más hondo.

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  3. Como siempre Rosy muy evocador. Dibujas estupendamente los sentimientos y las situaciones personales. ¿Final abierto o definitivamente pesimista? Voy a pensar que hay esperanza...

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