lunes, 6 de diciembre de 2010

El señor Goodman

El amable señor Goodman siempre llegaba temprano al trabajo. Saludaba al panadero y recogía sus bollos, y se dirigía a la sastrería tarareando alguna canción. Y es que el señor Goodman disfrutaba profundamente con sus rituales matutinos. Abría las rejas y la puerta, y lo primero que hacía era colocar un hermoso felpudo rojo que le daba la bienvenida a todos los que cruzaban el umbral. Luego descorría las cortinas y ponía en orden el mostrador. Preparaba sus libretas y la máquina registradora para que todo estuviera listo. Y finalmente, sacaba del último cajón un tarro con alpiste para sus canarios, que estaban cantando desde que oían llegar a su dueño. Este momento era especialmente placentero para el señor Goodman. Limpiaba las jaulas, rellenaba los recipientes del agua y los comederos y les ponía en los barrotes unas hojas de lechuga, que traía envueltas primorosamente en un paquetito, para que pudieran picotearlas. Mientras tanto, les dedicaba amorosas palabras, les lanzaba besos y los acariciaba un poco. Cuando terminaba estas tareas, llegaba el momento de tomarse el desayuno, justo antes de que aparecieran los primeros clientes. Ese día, como todos los demás, el señor Goodman cogió sus bollos y se dirigió al cuarto trasero del establecimiento, donde tenía una cafetera y una mesita que aprovechaba para estos menesteres. Entró en la habitación y se dirigía a la mesa cuando vio el bulto en el suelo. El señor Jenkins yacía tendido a su izquierda, los ojos abiertos mirando hacia el techo con expresión de espanto y las enormes tijeras del sastre clavadas en el corazón.

-Ah, señor Jenkins, ¿sigue usted ahí?- exclamó alegre el señor Goodman, colocándose adecuadamente sus pequeñas gafas redondas mientras lo observaba. –Supongo que hoy tampoco conseguiré que me pague usted los pantalones, ¡qué se le va a hacer!

2 comentarios:

  1. Yo me lo veía venir. Un tipo todo amabilidad, tan concienzudo y exquisito. Eso de que le incumplan un contrato le tiene que poner de los nervios, al pobre. Curioso que en contraste con su ceremoniosa jornada para llevar a cabo su crimen se deje de pamplinas. Creo imaginarlo luego, al instante de su arrebato homicida, recomponiendo la compostura y alisando su traje. Me gustan estos tipos…

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  2. Una forma exquisita se describir a un asesino. Has reunido muy bien dos de las ideas que salieron sobre qué escribir. Por cierto, la idea de una "pequeña tienda de los horrores", donde todo parece aparentemente normal, pero en la que es esconden misántropos me gusta. ¿La continuarás?

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