La pérdida
Eva soñó que desde su vientre brotaba un gran árbol de ramas firmes y frutos rojos, y de su ombligo un arroyo de aguas mansas y peces de colores. Soñaba que durante el otoño se sentaba bajo el gran árbol y leía cuentos a los niños mientras las hojas caían suavemente sobre sus pies blancos y fríos.
Al amanecer, mientras una suave lluvia tocaba su ventana, Eva despertó con el olor a desinfección incrustándosele como una aguja sobre la piel. Su cuerpo entumecido yacía aún sobre la camilla con el vientre deshabitado, el corazón abatido y la mirada anhelante de otros sueños.
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Hermosamente tristes ambos relatos. Creo que es en estos momentos, más que nunca, cuando la literatura puede salvarnos. Me parece muy valiente tu postura y es admirable que sepas transformar el dolor en arte. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Cualquier pérdida nos deja algo más que la natural ausencia de lo que no tenemos, y nos devuelve esa realidad que, después de aquélla, nos pesa ahora más.
ResponderEliminarDe todas formas, para perder, hay que encontrar -o tener-, y siempre encontrarémos nuevas cosas, estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos, y pase el tiempo que pase.
Bellísima exposición de las más hondas ilusiones. Concisa y eficaz expresión de su quebranto. Formidable respuesta personal a un dolor muy presente.
ResponderEliminarUna lección literaria y vital.