viernes, 30 de octubre de 2009

Zayda

Me miraba expectante. Yo seguía leyendo, mirándola de vez en cuando, tratando de que ella no se diese cuenta. Naturalmente se daba cuenta porque no me quitaba ojo. Cuando me levantaba para ir al baño ella también se levantaba. Me seguía. A veces emitía un lamento muy débil, casi imperceptible, pero suficiente como para delatarse. Me estaba diciendo que la acompañase a la calle. Era imposible no despegarse de ella. Sin embargo yo la quería mucho, no podía ser de otra manera. Se había ganado mi amor desde hacía ya tanto tiempo. Pero ya era la hora del paseo y sus ojitos se habían agrandado sobremanera. Los lamentos pasaron a ser quejidos de volumen considerable. Hasta que se le escapó el primer ladrido. Entonces me levanté y ella comenzó a dar saltos, erguida de pie. Abrí la puerta de la calle y salimos un día más a dar el paseo de todas las tardes.

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