Entre sueños oyó un pitido: ¡Ring!¡ Ring !, sacó el brazo fuera del edredón y el primer contacto con la estación del año en que se encontraba le llegó a la cara a modo de bofetón, pulsó el despertador para apagarlo y volvió a meterse entero bajo el nórdico: Cinco minutos mas—pensó. El madrugar nunca había sido una de sus actividades favoritas. Parece ser que , a modo de compensación, no dormía siesta. Intentó cerrar los ojos de nuevo y no pensar en nada, pero el timbre seguía sonando.
—¡Vaya, para ser de los chinos, qué bueno era!— pensó en medio de la modorra.
Una vez que sus cinco sentidos fueron saliendo del letargo, comprendió que lo que sonaba era el teléfono y se apresuró a ponerse sobre los dos pies. Su extrañeza tenía como origen otro interrogante:—¿Quién llamaría tan temprano?. Sólo eran las 8 de la mañana—se dijo recuperando poco a poco la conciencia.
—Buenos días, Roberto al habla.
—Hola Robert, ¿qué tal campeón? Ayer tuvimos reunión en la productora, adivina de qué hablamos, de tu pedazo de guión. El jefe nos dijo que te dieras prisa, que querían empezar a rodar el mes que viene; por supuesto yo le comenté que no había problema, que tú eras un Audi A4 de total garantía. Le recordé la gran versión que hiciste para Spilberg sobre La ciudad de los Pigmeos. Bueno, adelántame algo sobre la historia, tú sabes que soy una tumba improfanable, si quieres nos vemos, almorzamos juntos y me cuentas…
—Verás, Rafa, tengo la historia pero me falta perfilar el final
—Robert, el Dire ha mostrado preferencia por la novela histórica, pero si le presentas un buen trhiller te dará un beso en la nuez, el caso es que quiere empezar a rodar antes de primavera, por si el rodaje se alarga, estrenar más o menos para Diciembre, ya sabes cuestión de marketing , piensan que las Navidades es la mejor fecha.
—Tranquilo Rafa, el guión estará terminado para el mes que viene. Te llamo dentro de un par de semanas y te anticipo algo.
—Venga Robert, ánimo e inspiración.
—Gracias por tu confianza, Rafa, nos vemos pronto.
Cuando colgó el teléfono, el motivo de su preocupación volvió de nuevo a su mente; por mucho que se ponía delante del ordenador la historia no cobraba forma. Había empezado por lo menos tres temas: el explorador que se adentra en la selva con un safari y descubre una red de narcotráfico, pero la historia se le había parado, no conseguía unir el principio y el final de la trama, aquello parecía una mala versión de Indiana Jones, donde los leones acaban comiéndose al malo. Claro que en el cine americano de los años cincuenta el antagonista acababa chupado por las arenas movedizas, como habíamos visto más de una vez en las películas de Tarzán. Después ensayo a escribir sobre pueblos africanos, civilizaciones perdidas que seguían ancladas en ritos ancestrales, como el culto al Dios del fuego o a otra deidad más sugerente. Lo bueno que tenía este tema es que podías dejar volar tu imaginación, pero la suya cogió un parapentas y se elevó demasiado. Parece ser que el estreno de Avatar lo hizo desistir del tema , él se consideraba mediocre al lado del creador de algo así. En realidad sus éxitos como guionista se habían basado siempre en la adaptación de buenas novelas.
Roberto quería crear un argumento que fuera suyo y su gran preocupación se centraba en la pregunta: ¿Cómo atrapar al espectador con una historia? Todo estaba contado desde hacía siglos, de hecho las grandes pasiones ya aparecían en los mitos. Pensó escribir sobre un tema cotidiano, ¿pero qué?, y si no, sobre el gran tema de siempre: la culminación de un amor con una prueba que ponga a los espectadores en la duda de si será de verdad o no, o bien la separación tras el engaño de uno de los personajes de la pareja por causas diversas: cansancio, apatía, terceras personas, lejanía profesional y un largo etcétera de asuntos que iban desfilando por su mente.
Todos los días empezaba una parte para descubrir a las pocas horas que estaba trabajando sin conexión, que intentaba inventar una historia que resultaba artificial, y que acabaría en un culebrón sudamericano o en una mala adaptación de una novela de Carmen Amoraga o de Angela Vallvey. Recordó las típicas historias de mujeres modernas y liberadas que se habían llevado al cine y le vino a la mente la adaptación del Atlas de Geografía humana de Almudena Grandes, película que pasó desapercibida para las grandes opiniones de los críticos de cine. Claro que ¿cómo iba a escribir sobre el amor una persona como él, al que no le cuajaba ninguna relación?
—Mas bien sobre el desamor—se dijo ante el espejo dirigiéndose la típica mueca a la que iría unida la frase:¡Soy un desastre!. Ya había superado aquella imagen de incomprendido de la que se quedaba colgado cada vez que recibía calabazas como un Calimero cualquiera.
La primera de ellas coincidió precisamente con la fiesta de Halloween, ella se vistió de bruja para decirle que el amor se había acabado; entonces Roberto pensó que todas las mujeres eran unas sibilas y no se equivocaba. Les gustaba enredar, sobre todo enjuiciar los defectos de los hombres a su antojo, para salir victoriosas del embrollo.
La segunda no tenía muy claro lo que quería de una relación y acabo teniéndola con otra mujer, ella quería un alma gemela y Roberto era un alma melliza, mucho amor pero no se parecían en nada.
Lo peor fue la tercera, Mariví. La conoció en la productora y pensaba que el compartir profesión suponía un terreno abonado en el campo del amor , pero ella también se cansó. Hacía apenas dos meses que se había ido a Londres con un contrato que le ofreció otra empresa para diseñar cortos. Es verdad que él no era nadie para impedirle triunfar en su carrera, pero desde que se fue el contacto había sido el mínimo, dos o tres llamadas por cortesía, como para demostrarle que él era perfectamente prescindible en la nueva vida que acababa de comenzar.
Cansado de darle vueltas al asunto, comprendió que así no conseguiría nada y decidió desconectar un rato. Le entró hambre y se llegó al frigorífico pensando encontrar algo para picar, pero sólo había huevos, algun tomate y restos de comida de hacía dos días que le había traído su madre. Últimamente la preocupación que le invadía, le impedía comer y dormir, hasta el punto que estas dos acciones vitales para toda persona habían pasado a un segundo termino. Se puso unas zapatillas, una camiseta de deporte y bajó a la tienda del barrio para comprar algo. Cogió algunas bolsas de fritos, frutas y una botella de Borbuon con la que compartir sus noches de insomnio.
El supermercado respondía a la clásica tienda de ultramarinos de toda la vida , un pequeño reducto con tres estanterías, un congelador, verduras en cajas y naranjas en el exterior completaban el espacio, junto a los carteles de promociones que tanto éxito tenían entre los vecinos. En los últimos meses había incorporado un nuevo refrigerador donde los helados Mágnum hacían las delicias de la gente que frecuentaban el local. En realidad, en un reducido espacio presentaba más de un servicio distribuido de forma impecable: Una estantería destinada a la droguería, con las últimas marcas de productos que el mercado tenía reservado a artículos de limpieza, compresas, tampones y salva-slips e incluso para las últimas navidades, incorporó colonias de imitación de la marca Safir, que pasaban por ser el sueño de todos aquellos clientes a los que les gustaban los perfumes. La magia de su venta empezaba por las ofertas:
—Mari ha puesto tres kilos de patatas y una docena de huevos por dos euros—comentaba una.
—Sí, por lo menos no nos faltan los huevos fritos en época de crisis.
Era un lugar de encuentro de las gentes del barrio, sobre todo por la dueña y cajera qué durante el proceso de cobrar los artículos hablaba de todo, lo mismo de enfermedades que de pintura, pasando por cómo hacer punto de cruz, toquillas para bebés, la historia del nacimiento de su nieta y las consabidas fotos de la niña que hacía cada semana. A Roberto siempre le había parecido un fastidio tener que escuchar todas estas historias, porque la prisa le obligaba a no querer pararse más de lo necesario en cuestiones que para él eran intrascendentes y carecían por completo de toda consideración, a él sólo le interesaba que le cobrara lo antes posible. Esta vez se encontraba en la cola de la caja, cuando la cajera empezó a contar la experiencia de su nombramiento como miembro de una mesa electoral en las elecciones municipales. Hubo muchos de los vecinos que fueron porque la conocían a ella y mientras le comprobaba el DNI , le contaban parte de sus vidas, la muerte de un familiar, la crisis del gobierno, las empresas que estaban cerrando; en un momento aparecieron cinco o seis historias que tenían como base la vida cotidiana que tanto había buscado:
—Mary, mi hermana está con colitis, ¿puedo votar yo en su lugar?—preguntó una vecina de casi noventa años.
—Chiquilla, como se te ocurre semejante cosa, cada persona tiene que venir a depositar su voto.
— ¿A qué, Mary?, ¿Esto no es para votar?—preguntaba la mujer totalmente desorientada.
—Claro Matilde, pero cada una tiene que venir a echar su propio voto.
—Vaya, no pensaba que todo fuera tan difícil—contestó Matilde, resignándose a no poder engrosar los votos de su partido.
Otro de los clientes que venía sólo por una cerveza, le dio el importe exacto al marido que despachaba los ultramarinos, mientras nuestra cajera enseñaba las pinturas que había expuesto en el taller del distrito a dos de sus clientas que estaban al principio de una fila que cada vez iba llenándose más de público en espera de poder abonar el importe de los productos que habían adquirido. Uno de los compradores que presenciaba la exposición de cuadros, cargado con una gran bolsa de deporte de las que se usan para llevar dos raquetas de tenis, demostró su impaciencia con una frase que para ella ya era habitual:
—Perdona Mary, te doy el euro de las dos latas de Aquarius que llevo, me esperan para jugar y voy algo tarde.
—Claro Paco—contestó Mary sin alterarse—. Supongo que el contrincante podría asfixiarse tanto rato dentro de la bolsa.
La magia de todo aquel proceso era que muchas personas estaban solas y agradecían la atención que se les brindaba y la distracción de las conversaciones que mantenían con la vendedora.
Cuando llegó su turno, ella le preguntó por su madre y por Marivi que seguía en Londres . Le agradeció mucho su interés y se despidió dándole las gracias por todo. Ella le sonrió y al salir le oyó decir a una de las tertulianas:
—Es guionista de cine. Desde que se fue su novia no ha sido el mismo.
—Ya, esa chica tan mona, tan delgada, que habla con acento extranjero—dijo la contertulia.
—Si, creo que es francesa, pero muy educada y agradable. Siempre me preguntaba por mi nieta y me decía que le encantaban los niños—explico Mary.
—Y, ¿qué ha pasado?—preguntó la vecina—. ¿Lo dejó ella?
—No se sabe, menos mal que viene su madre, la mujer lo encontró muy mal a los tres días de irse ella, bebiendo como un cosaco y sin apenas comer, por eso viene cada dos o tres días a ver cómo sigue.
—Lo que no haga una madre por un hijo…—siempre la de turno.
—Ya va aceptándolo poco a poco, por lo menos nos saluda y está un poco más sociable. La madre estaba preocupada porque fuera a perder el trabajo. Tú sabes, lo que sabe es escribir y si no le salen guiones…—Mary estaba totalmente solidarizada con la causa de la madre.
—Es lo malo de la vida bohemia, que un día estás en lo más alto y al siguiente no te sacan de la alcantarilla—la sentencia de la contertulia era implacable.
Mientras Roberto subía a casa empezó a pensar en una de las claves de su falta de inspiración: no había nada de él en las historias que escribía, vivía refugiado en su dolor, en el abandono en que ella le había sumido cuando le anunció que no quería seguir con aquella relación que mantenían. Mariví quería un tiempo para pensar y, de paso, adquirir experiencia profesional con que engrosar su currículum..
El triunfo de Roberto se basaba en su forma de caracterizar a los personajes, donde volcaba parte de sus sentimientos y emociones, en suma, de su experiencia vital. Tenía que volver a ese binomio personaje-autor, para llegar hasta el espectador.
Pensando en esto le invadió el optimismo, una luz se encendió en su cabeza y comenzó a darle a las teclas a medida que se tomaba la copa de Bourbon. Todas las vidas tenía algo interesante que contar, incluso la de aquellas personas corrientes que se daban cita en aquel supermercado para referir, a pesar de todo, que su vida era de lo más normal y que no revestía nada de interés. A estas alturas el tener una vida así era un lujo, una casa, un trabajo, algunos amigos con los que salir de vez en cuando e incluso una tienda donde te preguntaran si todo te iba como siempre. El papel de campeón no se podía mantener eternamente, de hecho él había triunfado donde otros fracasaban, lo que le permitía vivir haciendo lo que le gustaba, escribir. El amor no podía acaparar toda su atención, ni hacer que su vida discurriera por la senda del fracaso hasta el punto de tirar por tierra otros logros. La vida era así, en unas cosas se ganaba y en otras se perdía, lo importante era no cerrarse puertas y, si alguna se cerraba, ser capaz de abrir una ventana.
Cuando estaba metido en la historia, sonó el teléfono, pensó en Rafa y en su apremio, esta vez tenía respuesta, quedaría con él la semana que viene, incluso le hablaría de otro guión que tenía en mente. Había que vender historias cargadas de humanidad, sin héroes brillantes , personas de carne y hueso con éxitos y fracasos y, lo más importante, cómo salir de estos últimos.
Descolgó el auricular con entusiasmo, al otro lado del teléfono sonó la voz de Mariví: —Hola Roberto, ¿qué tal si nos vemos?